La revolución norteamericana, auge y perspectivas

Il L 1I , A REVOLUllION NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS jugada en su símbolo máximo y en su Pueblo: La Bandera y su Ejército. Efectivamente, el 14 de Junio de 1777 el Congreso Americano de– cretó que la Bandera de EE. vv. estaría compuesta por trece franjas, alternando el rojo y blanco; que la Unión sería trece estrellas blancas en campo azul representando una Nueva Constelación. He allí una réplica de esa insignia benemérita junto a la Bandera Oficial del Ejército engalanada, como ven, con los gallardetes que representan las batallas que el Ejército ha librado en el curso de su historia. Once de esos gallardetes de batalla conmemoran otras tantas acciones de la Guerra Revolucionaria, tales como: Ticonderoga, Quebec, Boston, Long Island, Trenton, Princeton, Saratoga, Brandy– wine, Germantown, Monmouth y Yorktown. El 14 de Junio, es también el aniversario del Ejército de Estados Unidos. El año 1775 en un día como hoy, el Congreso autorizó el reclutamiento de diez compañías de fusileros para organizar el Ejér– cito ContinentaL Esta coincidencia providencial es en mí, la más in– tensa sugestión de este homenaje, porque encierra todo lo que hay de más hondo en la sensibilidad del hombre: amor de la tierra, poesía del recuerdo, arrobamiento de gloria y esperanza de inmortalidad. Han transcurrido 201 años desde que el Ejército nació a la vida institucional, como retoño vigoroso de la Patria destinado a perpetuar en el suelo virgen de América los caracteres fundamentales de su origen y las virtualidades propias de su estirpe. George Washington, figura descollante en la Emancipación Ameri· cana, era nombrado su primer Comandante en Jefe, constituyéndose a la vez, en el artífice genial de la conducción de esta campaña y de la organización social y política que debían dar forma y destino al estado naciente. Por eso, la historia del Ejército de EE. t;t;. es la propia historia de ese gran país que hoy celebra alborozado su Bicentenario, con algo más que con el orgullo de los recuerdos heroicos de que procede su ser de Nación; lo celebra con el orgullo de haber realizado las promesas y esper3flzas de sus antepasados gloriosos que les legaron por herencia su alcurnia de valientes y su abolengo de héroes. Pero también, debemos conceder a la mujer en esta gesta, antes que ninguna otra corona, la diadema del sentimiento, no tan sólo por lo que realiza, cuanto por 10 que sugiere e inspira. Qué inmensa parte sería necesario atribuirles en los triunfos mejores de que nos envanecemOS. En esta esfera de colaboración anónima, se adivina su 86

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