La revolución norteamericana, auge y perspectivas
Cristidn GUéWrerO Yoacham I LAS CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA Y••• a los recaudadores nombrados por la Corona. Los "Hijos de la Li– bertad", grupo destinado a promover la resistencia contra la "opre– sión inglesa" como la llamaban, tomó la voz cantante en las manifes– taciones populares; los comerciantes se reunieron para boycotear las mercaderías inglesas, y tomaron los acuerdos de no importar ninguna mercadería desde Gran Bretaña. Los Comités de Correspondencia creados ex profeso, velaron por el cumplimiento de este acuerdo. En un nivel superior varias Legislaturas Coloniales aprobaron re– soluciones que condenaban la Ley del Timbre y todo el programa de Lord Grenville. Estas resoluciones sentaron la tesis, igualmente, de solicitar el debido respeto, por parte de la Corona y el Parlamento, a la autonomía colonial. Fue también en estas resoluciones donde co– menzó a formularse pública y sistemáticamente las teorías constitu– cionales norteamericanas, productos de la experiencia y de la reali– dad vivida. En general, la argumentación de las Legislaturas era muy simple: los ingleses que fundaron las colonias trajeron al Nuevo Mundo los derechos propios y naturales de los súbditos británicos, entre los cua– les estaban el de ser gobernados y en particular, ser gravados con impuestos, única y exclusivamente por sus representantes. Por ello, no podían acatar la legislación del Parlamento, el cual representaba única y exclusivamente a los ciudadanos ingleses de la Gran Bretaña y no de las colonias, puesto que no había representantes coloniales ni en la Cámara de los Comunes ni menos en la Cámara de los Lores; en consecuencia, las colonias no estaban bajo la jurisdicción del Parla– mento y las únicas asambleas que podían fijarles impuestos eran las Legislaturas Coloniales. La Ley del Timbre era nula y carecía de vi– gencia legal amén de ser inconstitucional por violar uno de los prin– cipios básicos de la Constitución inglesa. Los "radicales" norteameri– canos o "whigs", como Patrick Henry de Virginia, Christopher Gads– den de Carolina del Sur y Samuel Adams de Massachusetts, se convir– ron en los apóstoles de esta idea, la cual ante los ojos de muchos, especialmente de los "loyalists" y de los "conservadores", aparecía como revolucionaria. Nunca se les había ocurrido a la mayoría de los "tories" ingleses o americanos que pudiese haber otro legislativo para el pueblo inglés, en ningún otro lugar, que no fuese el Parlamento Británico. Ahora, de repente, se enfrentaba con el hecho de que había otros parlamentos que pretendían poseer, como un derecho inherente a ellos, muchos de los poderes que hasta entonces se consideraban incuestionable-
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