La revolución norteamericana, auge y perspectivas
Cristidn Guerrero Yoacham I LAS CAUSAS DE LA REVOLUCiÓN NORTEAMERICANA Y••• continentales, con sus poblaCiones relativamente prolíficas, sus re– cursos en aumento y un interland, cuya posesión ostentaba Inglaterra hasta el Mississippi, y una España decadente más allá, podían sen– tirse seguras en la convicción de que ningún poder podía hacerles mucho daño. Finalmente, el viejo hábito de los propietarios de las Indias Occi– dentales de vivir en Inglaterra y de pensar en Inglaterra como "patria", dio a las colonias caribeñas un grado de afinidad cultural y emocional con Inglaterra y de consciente lealtad a ella, casi desconocidos en las colonias continentales, con sus poblaciones políglotas, en parte no inglesas de origen. Los procesos de diferenciación y desarrollo se habían producido en las Indias Occidentales exactamente como en las colonias continentales; pero las diferentes fuerzas de la geografía de la región, el mercado mundial del azúcar y el intercambio cultural había vin– culado a estas sociedades insulares a la Metrópoli con lazos que no podían romperse, mientras que las colonias continentales se desarro– llaban separademente. Así, cuando sobrevino la crisis, las colonias insulares y las continentales se separaron para siempre. Y las dife– rencias entre las sociedades insulares, consideradas como un grupo, y las continentales, consideradas también como un grupo, se acen– tuaron marcadamente con la ruptura. En contraste con las Indias Occidentales, en el desarrollo de las colonias continentales había habido siempre implicaciones de inde– pendencia. Los intereses locales de las colonias las habían llevado casi inevitablemente a protestar, después de combatir, contra los esfúerzos de la Metrópoli por controlarlas. El conflicto emocional que rompió en una violenta lucha en la pradera de Lexington en 1775, no fue más que la culminación de una contienda de Ídeas, palabras y de actos que representaban intereses profundamente divergentes y que era tan vieja como la' historia misma de la expansión inglesa. Sería un error creer que todos los norteamericanos estaban de acuer. do en su reacción frente a la política de la Metrópoli. Había muchos norteamericanos, como Daniel Dulany, Thomas Hutchinson, SamueJ Seabury o Joseph Galloway, que: por muy en desacuerdo que estu– viesen con la administración de las colonias,' ponía su lealtad a Gran Bretaña ya Jorge III por encima de los intereses locales. Estos "leales", "loyalists" o "tories" constituían una minoría, pero una minoría importante y significativa en la opinión pública. Había otros como John Dickinson, que aunque acabaron uniéndose al bando de la Inde– pendencia, tenían una mentalidad tan conservadora, que no fueron
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