La revolución norteamericana, auge y perspectivas

LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS prejuicios arbitrarios. por su irrefrenable vanidad y por la búsqueda de sus particulares ventajas económicas, a pesar de que abrigaban el íntimo convencimiento de que su conducta era racional. Sin embargo, no se desanimaron por ello; y buscaron el modo de aprovechar estas características tan poco alentadoras del comportamiento humano esta– bleciendo una fórmula política -la de la división de los poderes del estado y el sistema de los controles y equilibrios- que permitiera una composición de fuerzas opuestas cuya resul tante se identificara con el interés general del pueblo. Como lo ha expresado muy acertadamente Arthur O. Lovejoy, "su problema no era principalmente de ética política sino de psicología práctica; no era tanto una necesidad de predicar a los norteamericanos lo que· debían hacer, cuanto de pre– decir acertadamente lo que hm-ían si 'se establecieran o no ciertos mecanismos gubernamentales". Podrá decirse, sin embargo, que, con la excepción de la fórmula gubernamental establecida en la Constitución, que es en última ins– tancia una fórmula política, la filosofía política misma de los pensa– dores norteamericanos de la Ilustración no representó un aporte ori– ginal a la historia de las ideas; que la afirmación según la cual son verdades evidentes de suyo que todos los hombres son iguales y que poseen derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de ]a felicidad, ya constaba en los escritos de pensadores europeos del siglo xvu; que lo mismo se aplica a la noción de los gobiernos como instituciones creadas mediante el consentimiento de los gober– nados con el fin de asegurar tales derechos, así ·como también a la legitimidad de la abolición de un gobierno por el pueblo cuando no cumple los fines para los cuales fue instituido; y que, por último, aun la recomendación de la divisit'ln de los poderes y su control mutuo puede encontrarse en las obras de Montesquieu. Pero frente a una tal observación habrá que señalar que en general el pensamiento político del siglo XVlll, aun en Europa, tampoco fue original ni mani– festó ningún interés en serlo. En Estados Unidos se expresó clara· mente este desinterés de los pensadores políticos por la originalidad filosófica, ya que veían claramente que su tarea no era teórica sino práctica y que no estaban llamados a ser sabios sino hombres de acción. Jefferson lo afirmó inequívocamente en una carta escrita a Henry Lee en Mayo de 1825, donde dice: "El objeto de la Declara– ción de Independencia 110 consistió en encontrar principios nuevos, o nuevos argumentos que nadie hubiera pensado antes, ni siquiera en decir cosas que nadie hubiera dicho; sino en presentar ante la 60

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=