La revolución norteamericana, auge y perspectivas

LA REVOLUCIÓS NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS a los clásicos; si además sabía griego, esta circunstancia serIa men– cionada por el diploma. Sin embargo, quedaba todavía por resolver el problema práctico: ¿cómo establecer un buen gobierno hecho por hombres y para hom– bres que son de suyo egoístas e interesados? En otras palabras, ¿qué posibilidad había de que las reflexiones teóricas de los pensadores norteamericanos de la Ilustración lograran aplicarse en alguna forma concreta de gobierno que tomara en sus manos la conducción de los asuntos públicos de manera satisfactoria para todos? Para Jefferson, la fórmula que podía asegurar la aplicabilidad de la teoría política en una estructura de gobierno concreto se encuentra expresada en estas palabras: "La manera de tener un gobierno bueno y seguro no es confiándolo todo a uno solo, sino dividiéndolo entre muchos". Esta es la fórmula que está en la base de la división de poderes y del "sistema de controles y equilibrios" de la Constitución de 1787. ¿De qué consideración fundamental surgieron esta fórmula y la solución constitucional a que ella dio origen? El origen de la idea que anima a la Constitución norteamericana es el enfrentamiento realista de las deficiencias y miserias de la con– dición humana. Los Padres de la Constitución no cayeron en la ilu– sión de creer, como suele sostenerse, que el hombre es naturalmente bueno. El mismo Jefferson lo había negado terminantemente. "¿Es que hemos encontrado ángeles en forma de reyes para gobernar al hombre?" se pregunta en su primer discurso inaugural (1801), para responder en seguida: "Que la historia responda a esta pregunta". El sabía perfectamente, al igual que sus contemporáneos inteligentes, que la respuesta de la historia sería negativa. Los pensadores nortea– mericanos de la Ilustración creían ciertamente que la razón tiene un valor altamente positivo, pero no ignoraban que los hombres, en los asuntos concretos de la vida, son movidos por sus pasiones, y no necesaria ni primariamente por las más nobles. John Adams (1735- 1826) opinaba que, después del instinto de conservación, el gran resorte de las acciones humanas es la emulación, que se funda en el amor propio y en el deseo de ser estimado por los demás. En virtud de su amor propio, el hombre se engaña a sí mismo debido a la dis– posición que posee para adularse a sí mismo; en esta propensión vio Adams la fuente de la mayor parte y de las peores calamidades que afligen a la humanidad. En la pasión por distinguirse y ser estimado percibió una fuente importante de las virtudes y de los vicios, de la felicidad y de la miseria del hombre. "El deseo de estimación", escribe,

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