La revolución norteamericana, auge y perspectivas
LA REVOLUCiÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS sada, a oprimir a otros, al monopolio, ni tampoco asiste a una gene– ración el derecho a obligar a una generación futura. Naturalmente, el problema más arduo que se planteaba a los ges– tores de la Declru:ación de la Independencia de Estados Unidos era el del derecllO que asiste a un pueblo para darse su propio gobierno. De la decisión con respecto a este punto iba a depender en última instancia la legitimidad del movimiento de independencia. La tesis que amenazaba en forma más seria a este principio era aquella según la cual el pueblo es incapaz de gobernarse a sí mismo debido a las deficiencias propias de la naturaleza humana. El hombre, se decía, es juguete de sus pasiones; actúa movido por la envidia, la ambición, la vanidad y la sobreestimación de sí mismo. ¿Cómo podrá, pues, con– fiársele el gobierno de sí mismo? Frente a esta objeción, los pensa– dores de la Ilustración norteamericana no adoptaron la solución fácil y despreocupada que a veces se les atribuye; ellos no negaron que, efectivamente, el hombre no es un ser perfecto. El camino que siguie– ron fue más bien este otro: admitieron las limitaciones propias del ser humano, proclamaron su derecho a gobernarse en forma autó– noma, y luego buscaron la fórmula constitucional para que las mis– mas pasiones que parecen descalificar al hombre para gobernarse a sí mismo pudieran aprovecharse en el establecimiento de un gobierno que velara por el interés general del pueblo. Desde esta perspectiva, el pensamiento de Jefferson es bastante nítido. En primer lugar, no tenía una idea <muy alta de la condición moral del hombre. Reconocía que, entre todos los animales, el hom– bre es el que se emplea en forma más sistemática en destruir su propia especie. En la civilizada Europa, que podía ser vista como la más alta expresión de 10 humano, sólo percibía estupidez de los gober– nantes, opresión de los <pueblos y predominio incontrolado de la fuerza y de la violencia. Estas constataciones no le hacen perder de vista, sin embargo, la necesidad de <que el hombre busque la forma de gobierno q"Ue le resulte adecuada. En 1790 escribía lo siguiente, refiriéndose al derecho al gobierno autónomo considerado como un derecho natural del hombre: "Cada hombre y cada cuerpo de hom– bres en la tierra posee el derecho al gobierno propio. Lo reciben junto con su ser de manos de la naturaleza. Los individuos lo ejercen con su sola voluntad; los grupos de hombre por medio de su mayoría; porque la ley de la mayoría es la ley natural de cada sociedad de hombres". No se le ocultaba por cierto a ]efferson que la afirmación de que
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