La revolución norteamericana, auge y perspectivas
/oaqu{n Barceló / EL PENSAMIENTO ILUSTRADO EN NQRTEAMÉRICA nada más sabios, aun cuando ocurra que ellas sean verdaderas. Lo que en ellos era ciencia, no es en nosotros sino obstinada adhesión mientras demos nuestro asentimiento sólo a nombres venerables y no utilicemos, como lo hicieron ellos, nuestra propia razón para en– tender aquellas verdades que les dieron prestigio... En las ciencias, cada uno posee tanto cuanto realmente sabe y comprende; lo que sólo cree y acepta por confianza no es sino hojarasca... Semejante riqueza prestada, como dinero mágico, aunque sea oro en la mano de la que se le recibe, sólo será polvo y cenizas cuando deba ser usado", Se trata precisamente de un llamado a la libertad intelectual don– de late el mismo espíritu ilustrado que en el que casi cien años más tarde formularía Kant, a quien ya citamos. Ahora deberemos exami– nar cómo se proyectó este espíritu en el ordenamiento moral de b. existencia tal como la concibió el hombre de la Ilustración, y en la estructura de las instituciones políticas destinadas a asegurar al hom– bre ilustrado el hábitat necesario para el libre desarrollo de su vida, • • 1< Las más características Weltanschauungen que destacan en los si· glos XVII Y X"~II oscilan como péndulos entre dos puntos extremos, que podríamos describir, simplificándolos mucho, del siguiente mo– do: por un lado está la concepción de un Dios justiciero y vengador que se enfrenta con el hombre como con una creatura pecadora y corrompida, que ha arrastrado en su caída a toda la naturaleza y que es víctima de su orgullo, su vanidad y su hipocresía, vicios que le impiden servirse adecuadamente de su débil y falible entendimien– to; por el otro, tenemos la imagen de un Dios benevolente, creador del mecanismo perfecto de la naturaleza, que ha dotado al hombre de la razón con el fin de que éste pueda servirse de ella para cono– cer y dominar a la naturaleza, poniéndola a su servicio, y perfeccio– narse moralmente en un progreso continuo que ha conducido y seguirá conduciendo en el futuro a los más admirables estados de civilización. Si el Leviathan de Hobbes y el puritanismo de Jonathan Edwards son buenos exponentes del primer tipo de Weltanschauung, el segundo está bien representado por el Emilio de Jean-Jacques Rousseau, publicado en 1762, y por la llamada "ética de la bene– volencia" de Benjamin Franklin (1706-1790). Franklin no abandonó el puritanismo moral, pero se hizo eco de un cambio que se operaba entre los puritanos. El no puso el acento
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