La revolución norteamericana, auge y perspectivas
LA REVOLUCiÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTiVAS Locke. En 1690 éste habia publicado su Ensayo acerca del Entendi– miento Humano, y ya en 1717 el Ensayo era impuesto como libro de texto en Vale. Fue entonces cuando lo estudió Jonathan Edwards, quien tenía apenas 14 años de edad, y quien declararía años más tarde que había encontrado en él más placer que el que puede hallar el avaro más codicioso cuando coge puñados de plata y oro en algún tesoro recién descubierto. Edwards, que también frecuentó a Ber– keley durante la visita de éste a América, continuó elaborando las doctrinas de Locke hasta llevarlas a consecuencias extremas similares a las proposiciones del idealismo berkeleyano. Pero después de haber recibido las órdenes, Edwards abandonó las especulaciones metafí– sicas y se entregó por entero a las tareas pastorales. y no fue únicamente el Ensayo de Locke; también ejercieron in– fluencia sobre el pensamiento colonial sus Epístolas sobre la Tole– rancia, publicadas en 1689 en defensa de la libertad de conciencia, y los Tratados sobre el Gobiemo, publicados en 1690, que junto con el Leviathan de Thomas Hobbes 1651) y El EsPíritu de las Le,'es de Montesquieu (1748) debían ser decisivos para la configuración de la ideología política que presidió la Independencia de los Estados Unidos. Para formarse una idea del impacto que tales obras deben haber causado en las colonias y del modo en que deben haber con– tribuido a desarrollar y fortalecer las aspiraciones de libertad, será suficiente con recordar el siguiente pasaje tomado del Ensayo de Locke: "De esto estoy seguro, de que no me he propuesto seguir ni rechazar a ninguna autoridad en el tratamiento que sigue. La verdad ha sido mi única meta, y mis pensamientos la han seguido impar– cialmente hacia donde quiera que ella los haya conducido, sin pre· guntarse si en ese camino pueden encontrarse o no las huellas de otros. No es que carezca del debido respeto hacia las opiniones de , otros hombres; pero, después de todo, la mayor reverencia es debida a la verdad. Y espero que no se tome por arrogancia si digo que tal– vez haríamos mayores progresos en el descubrimiento del saber ra· cional y contemplativo si lo buscáramos en su fuente, en la conside· ración de las cosas mismas, y si para hallarlo hiciéramos uso de nues– tros propios pensamientos más bien que de los de otras personas. Porque creo que tan razonablemente podemos esperar ver con los ojos de otros, como conocer gracias a los entendimientos ajenos. Po– seemos tanto conocimiento real y verdadero cuanto contemplamos y comprendemos de la verdad y de la razón por nosotros mismos. El flotar de las opiniones ajenas en nuestros cerebros no nos hace en
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