La revolución norteamericana, auge y perspectivas
LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS derno, que busca una existencia plena consistente en la realización completa de todas sus posibilidades; del hombre que, como el Fausto de Goethe, "del cielo exige la estrella más hermosa y de la tierra, el más alto placer", "Para la Ilustración", dice Kant en el opúsculo citado al comienzo, "no se requiere otra cosa que libertad; y ciertamente la forma menos nociva de cuanto pueda designarse como libertad, a saber, la de hacer uso público de la propia razón en todas sus partes". La Ilustración puede considerarse, por consiguiente, como esfuerzo por conquistar la libertad, y este principio puede servirnos de hilo conductor para guiarnos a través del pensamiento ilustrado en Norteamérica. La pregunta que servirá de guía a las siguientes consideraciones será, por tanto: ¿de qué manera contribuyó el pensamiento norteame– ricano durante el siglo XVIII a la conquista de la libertad? Al formular esta pregunta no debemos pensar tan sólo en la libertad política, cuya expresión decisiva sería la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de América, sino también y ante todo en la con– quista de la libertad intelectual -tanto en la esfera del pensamiento religioso como en la del pensamiento filosófico y científico- y luego en sus consecuencias naturales, que son la libertad de la vida ética y la libertad de la vida política. • • • Hemos mencionado el hecho de que el pensamiento religioso colo– nial norteamericano estuvo dominado por la idea calvinista de la predestinación, Dios, en su infinita sabiduría, ha determinado ya des– de antes de los siglos quiénes han de ser salvados y quiénes han de condenarse eternamente. El hombre es concebido así en completa de· pendencia con respecto de Dios, quien revela su misericordia en los bienaventurados y su justicia en los réprobos. Hoy día, después de los cambios intelectuales experimentados por el hombre occidental durante los siglos XVlII Y XIX, tal vez nos podrá parecer intolerable la idea de que el destino eterno del hombre quede entregado sin ape– lación y sin recursos al arbitrio de Dios, cuyo Espíritu sopla y salva donde quiere, cuando quiere y porque quiere, sin que el hombre tenga el derecho de interponer sus méritos propios para asegurar su
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