La revolución norteamericana, auge y perspectivas

Ricardo Krebs Wilckens I EL MUNDO OCCIDENTAL EN EL SIGLO XVIII: SOCIEDAD•.• temporáneos y las futuras generaciones. Jefferson, el· autor de la Declaración de la Independencia de EE. VV., se confesó discípulo de Montesquieu, y todo el desarrollo constitucional de Europa y del Nuevo Mundo en el siglo XIX recibió su influencia. Montesquieu explica su clásica teoría. sobre la división de los pode– res en el capítulo 6Q del Libro XI de El Espiritu de las Leyes, en que hace una descripción idealizada de la organización política de la monarquía inglesa. Montesquieu afirma, al igual que Locke, que el Estado tiene por función primordial el respeto y resguardo de la dignidad y libertad de la persona. Con el fin de evitar y hacer impo– sible todo abuso del poder político es preciso proceder a su división y distinguir claramente entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Cada uno de estos poderes tiene sus funciones propias y debe cuidar de que los demás no cometan ninguna transgresión. El equilibrio entre los poderes era la mejor y la única garantía para evi tar todo abuso y garantizar la dignidad de la persona y la igualdad de todo:. los hombres ante la ley. La división de los poderes constituía un procedimiento' mecánico cuya fórmula aritmética simple concordaba plenamente con el racio– nalismo de la Ilustración. La fórmula de Montesquieu prometía resolver en forma definitiva un problema que hasta entonces nunca se había podido resolver en la historia. Una y otra vez los hombres, impulsados por la ambición, la vanidad, la codicia o cualquier otra pasión irresistible, habían trans– gredido el derecho y habían puesto todo su afán en el engrandeci– miento del poder. Hasta entonces sólo se había intentado impedir el abuso del poder mediante la adecuada educación del gobernante. La educación del príncipe, la formación del rey cristiano, había sido el tema de innumerables escritos. Los reyes habían tenido especial cui– dado en dar esmerada formación al heredero del trono. El confesor del rey y sus consejeros teólogos habían tenido la función de ende– rezar sus pasos y de hacerlo avanzar por la vía de la virtu9. y 1a justicia. Sin embargo, la experiencia histórica había demostradq que todos estos esfuerzos por someter el poder al derecho,' la política a la moral, habían fracasado y que, de hecho, las pasiones humanas resultaban incontrolables. Ahora Montesquieu ofrecía una solución que parecía infalible. El ejercicio del poder ya no depen,dería de las buenas o malas intenciones del gobernante.· Independientemente de las cualidades morales, el poder se regularía por sus propios meca– nismos. No ya la virtud del gobernante, sino el equiljbrioentre los 39

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