La revolución norteamericana, auge y perspectivas
LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA, AI:GE Y PERSPECTIVAS Este Estado moderno presentaba un agudo contraste con las viejas monarquías universales que habían tratado de reunir bajo una di– nastía a un gran número de territorios dispersos. Mas esa política había fracasado. La monarquía española se había arruinado con sus vanos intentos de mantener la unidad de sus posesiones ibéricas, ne– erlandesas, italianas y africanas. Análogamente se había producido el fracaso del Santo Imperio Romano Germánico y del Imperio Otoma– no. En lugar de las monarquías universales se formaron ahora Estados medianos con una extensión que variaba entre 300.000 y 500.000 kiló– metros cuadrados. Eran Estados de tipo mediano dentro de cuyas fronteras la Corona podía ejercer una autoridad efectiva. Los reyes renunciaron al vano propósito de engrandecer su poder mediante la acumulación de numerosos reinos y prefirieron realizar una acción en profundidad y centralizar el poder. La acción del Estado soberano se combinó con las nuevas tenden– cias que hemos observado en relación con el desarrollo de la pobla– ción y con los cambios en la economía, la sociedad y la cultura. Mas la interacción de estos factores destruyó finalmente, en un peculiar proceso dialéctico, las bases en que descansaba la monarquía absoluta. La secularización del pensamiento hizo aparecer como absurda su– perstición el derecho divino de los reyes y privó a la monarquía de todo carácter sacral y místico. La creciente movilidad geográfica y so– cial se estrellaba contra las órdenes privilegiadas de la sociedad esta– mental y hacía aparecer a ésta como un anacronismo injusto y obsoleto. El individuo, orgulloso de su razón soberana, reaccionó violentamen– te contra la autoridad absoluta que excluía a la sociedad de toda par– ticipación en el ejercicio del poder político y que trataba a los súb– ditos como menores de edad que no eran capaces de tomar decisiones responsables. Gradualmente se abrió un profundo antagonismo enU-e las estruc· turas sociales y económicas, el pensamiento y las formas de organiza. ción política. Estas discrepancias obligaron a los pensadores a meditar sobre la naturaleza del Estado y de la sociedad y a buscar nuevas soluciones para resolver el perenne problema de la relación entre libertad y autoridad, deber y derecho, persona y sociedad. Singular importancia adquirieron al respecto los escritos de John Locke, ante todo sus Dos Ensayos sobre el Gobierno Civil de 1690 y sus Cartas sobre la Tolerancia de 1695. Según Locke, el individuo
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