La revolución norteamericana, auge y perspectivas
Ricardo Krebs Wilclums I EL MUNDO OCCIDENTAL E'I/ EL SIGLO XVIII: SOCIEDAD... de todo el pensamiento filosófico y del conocimiento científico; la memoria, que permite aprehender el pasado histórico; la imaginación, fuente de las artes y aptitudes. Tema central de todos los artículos era el ser humano que aparecía como centro del universo, mientras que Dios y la teología quedaban relegados a un lugar secundario. La figura máxima de la Ilustración fue VoItaire. El público culto de toda Europa pasaba pendiente de sus publicaciones, lo acompañaba en su campaña contra las leyendas y la superstición, contra el clero y el dogma, y 10 aplaudían en su lucha por la tolerancia, el gobierno ilustrado y la libertad individual. Voltaire no fue un pensador pro– fundo u original, ni tampoco un gran poeta. Pero fue un gran pro– pagandista, un periodista que supo divulgar las nuevas ideas. El pare– cía personificar aquella tendencia que ya en 1684 había sido resu– mida por Bayle en la frase: "Vivimos en un siglo que de día en día se hará más ilustrado, de modo que en comparación con él todos los siglos precedentes aparecerán como sumidos en una total obscuridad". La crítica a la tradición y la fe en el porvenir se tradujeron en una nueva concepción de la historia. En 1750 Turgot pronunció en la Sorbonne un Discurso sobre el Progreso del Género Humano, y en 1794 Condorcet publicó su Ensayo sobre el Progreso del EsPíritu Hu– mano. En esta visión, Dios y la Providencia quedaban excluidos dd acontecer histórico, y éste era comprendido como un proceso natural en el curso del cual el hombre progresaba hacia una perfección cada vez mayor. Los grandes cambios de las estructuras económicas, sodales y men– tales hicieron que se replanteara también el problema de la legiti– mación del poder politico y de las relaciones entre el individuo, la sociedad y el Estado. Como resultado del proceso político que se había iniciado en los fines de la Edad Media y del Renacimiento, se había formado el. Es– tado soberano representado por el monarca absoluto. La concentración de todo el poder político en manos del rey había permitido racionali· zar las funciones públicas. El servicio vasalIático y el ejército feudal habían sido reemplazados por la administración burocrática y el ejér– cito permanente. El Estado había comenzado a reglamentar la econo– mía y había concedido su protección a las artes y ciencias. El Estado soberano, creado por el absolutismo, significaba una enorme concentración del poder. La Corona pudo ejercer su autori– dad eficazmente sobre un territorio compacto con fronteras clara– mente delimitadas. 35
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