La revolución norteamericana, auge y perspectivas
LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS como freno para las ambiciones desmedidas de algunas y de empuje para aquellas otras postergadas en su carrera hacia el progreso. Además de esa función armoniosa en que se desvive la política internacional norteamericana, es preciso reconocer en toda su deter– minante valía, la contribución constante de ese pueblo en la salva– guarda de la libertad en el mundo. Si suprimiéramos con la imagina– ción sólo un instante la fuerza bélica con que Estados Unidos han defendido y están dispuestos a defender tan sublime principio, estamos ciertos que una noche oscura caería sobre el planeta, retro– trayendo a los pueblos a una comunidad de esclavos, organizada zoo– lógicamente, ya que se habría perdido ese ideal libertario que es el que enaltece al hombre haciéndolo imagen y semejanza de Dios. Es por esta razón que este festejo del Bicentenario de la Independencia de Estados Unidos de América es al mismo tiempo, uno de los home– najes más significativos que podemos rendir a la dignidad de la per– sona humana. Salvando distancias y dimensiones, en el extremo austral del con– tinente americano, por distintas vicisitudes señaladas por su propio destino, Chile también puede ofrecer una historia ejemplar al servicio de los principios libertarios. También fue colonia de una gran po– tencia, de la cual recibimos las esencias inmarcesibles de la civiliza– ción cristiana, las que encontraron en nuestro país un nido seguro donde cobijarse y un digno altar para su exaltación. Nosotros nos independizamos de la Metrópoli porque de su noble entraña recibi– mos el ardor de la sangre y el temple del alma necesarios para asu– mir, por voluntad de nuestro pueblo y decisión de nuestros próceres, la honrosa y perentoria responsabilidad de conquistar y afianzar la suprema meta de la independencia nacional. Chile y Estados Unidos de América anudaron una indestructible amistad desde el nacimiento de nuestra República. Símbolo inicial de la permanencia de esta hermandad fue aquel gesto simbólico y augu– ral del primer Cónsul norteamericano en nuestro país, Joel Roberts Poinsett, quien en la recepción que brindara en Santiago el 4 de julio de 1812, entrelazó la bandera norteamericana con nuestra enseña 'na– cional. De esta suerte, en el festejo de la Independencia de Estados Unidos, ¡Fue donde flameó por primera vez, el bizarro símbolo de la libertad de Chile! Desde entonces la amistad de Chile y Estados Unidos, fiel a los altos ideales comunes, ,se ha estrechado en lazos fraternos, en víncu- 218
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