La revolución norteamericana, auge y perspectivas

Discurso del señor Asesor Cultural del Gobiemo, Enrique Campos Menéndez, en homenaje al Bicentenario de Estados Unidos, en la Velada Cultural del Teatro MuniciPal de Santiago. Los sones de la legendaria campana de Filadelfia, luego de doscientos años, nos concitan a festejar con igual júbilo que entonces, pero ahora con cabal sentido de todo su trascendental significado, la eman– cipación de Estados Unidos de América. Evocar los hechos que culminaron con la Declaración de Indepen– dencia de las trece colonias británicas asentadas en la margen orien– tal de Norteamérica. a pesar de su importancia histórica inmediata, sería una tarea incompleta frente a la necesidad de meditar y exaltar la positiva influencia política, social, económica y cultural que de esos hechos se ha derivado para el mundo entero. Los cincuenta y cinco precursores que fueron señalados por el destino para estre· mecer simbólicamente la tonelada de bronce de la campana de Fila– delfia, no columbraron ni aun en sus sueños más ilusionados que su quehacer independentista se proyectaría como una ruta señera en el devenir del hombre. Una extensión que llegaría a concretarse en millones de kilóme– tros, con una naturaleza agreste y feraz con todas las variaciones ima– ginables de climas y de riquezas, fue el escenario donde se forjó la mayor y más importante Nación que conocen los anales de la huma– nidad. Ese gigantesco territorio, celado por el misterio hasta la albo– rada del Renacimiento, estaba predestinado a transformarse en un país-continente. Toda la gesta que comienza en el siglo XVII y que aún hoy bulle y se perfecciona en magnas concepciones, responde a un determinismo condicionado por la voluntad de ser de un pueblo que fecundó el sentido de nación con el de libertad, creando un hecho tan enaltecedor como majestuoso. El quehacer misional del estadounidense de ayer y de ahora, es una fuerza' íntima que fluye de la idiosincrasia de un pueblo que supo modelar con fe y por sí mismo, su unidad espiritual, política y terri toria!' Si tuviéramos que reducir a sus esencias los afanes y aspiraciones de la póblación de las colonias iniciales, tendríamos que concluir que fueron dos los motivos cardinales que movieron a esos ingleses a emi– grar a América: la necesidad de una expansión económica, que gran-

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