La revolución norteamericana, auge y perspectivas

DISCURSO DE SEÑOR EMBAJADOR DE ESTADO UNIDOS, DAVID H. POPPER un ciudadano nacionalizado norteamericano, quien en 1812 importó a Chile la primera imprenta con sus tipógrafos y publicó el primer periódico chileno, La Aurora de Chile. La lista de norteamericanos en Chile durante esos primeros años es larga e incluye escritores, funcionarios de gobierno y empresarios, quienes hicieron valiosos aportes al desarrollo de Chile y a una me– jor comprensión entre nuestros pueblos. Nuestros contactos abarcan una ancha gama, desde lo político hasta lo cultural y lo económico. A menudo me encuentro con chilenos que tienen parentesco con americanos. Trigo chileno aprovisionó la gran Fiebre del Oro en California en el año 1849. Hasta que se construyó el canal de Pana– má, Valparaíso fue un punto primordial de escala para el comercio marítimo entre las costas oriental y occidentales de América del Norte. En realidad, hubo chilenos entre los pioneros, aventureros 'Y colo– nos en nuestro Lejano Oeste estadounidense, porque hubo gran nú– mero de chilenos atraídos a California por la Fiebre del Oro en 1849. Allí encontraron a otros chilenos, quienes los habían precedido, una ancha gama de tipos humanos desde· el aristocráúco Vicente Pérez Rosales hasta gente más humilde que había ido allá en busca de fortuna. Todavía tenemos las memorias y cartas de chilenos como Gil Navarro, Combet y Pérez Rosales, con descripciones de la vida primi– tiva de aquella época en la costa Occidental de Estados Unidos; es– critos que contribuyeron mayormente a cimentar la comprensión en– tre nuestros pueblos. Aún a la fecha la colonia chilena en California es grande e importante, y numerosos chilenos viven a través de Esta– dos Unidos contribuyendo hacia la diversidad cultural y el progreso que mi país sustenta con orgullo. La relación entre Chile y Estados Unidos ha sido entonces estre– cha y duradera. Aunque no siempre ha sido completamente armo– niosa, como es natural entre amigos o miembros de la misma familia, de todos modos hemos pOdido tratarnos de igual a igual, pueblos orgullosos de nuestras propias capacidades e· independencia y cons– cientes de la importancia de nuestros mutuos intereses. Así, no sorprende que nosotros los norteamericanos hayamos reco– nocido a través de los años las características que hacen de los chile– nos un pueblo justamente orgulloso. En 1909, por ejemplo, el Presi– dente Theodore Roosevelt acotó que "El valor y el coraje que tantas veces ha demostrado el pueblo de Chile y la severidad y devoción a los propios ideales, eran nombrados por los antepasados de los chi– lenos, a lo menos dos generaciones antes de que el Nuevo Mundo 211

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