La revolución norteamericana, auge y perspectivas

Eugenio Pereil"a Salas / CHILE y LA INDEPENDENCIA DE EsTADOS UNIDOS ricano, aunque todavía no lo puede hacer en el pie d.c igualdad que hubiera deseado". Un paso en este camino lo dio la llegada a Chile de Joel Robert Poinsett, el primer agente de los Estados Unidos en Chile. Aunque las instrucciones dadas por el Secretario de Estado James Monroe en víspera de su partida a Chile ponen el acento en lo comer– cial, este ostensible objeto de su misión fue supeditado por la perso– nalidad de Poinsett, hombre de gran cultura, lingüista extraordinario, conocedor profundo de la Europa Napoleónica, que tenía además conocimientos militares aprendidos en la Academia de Woolwich. Espíritu inquieto, animado de acendrados principios democráticos, su temperamento 10 llevó a intervenir como Agente Confidencial en Chile y Argentina. El 24 de Febrero de 1812 fue recibido por la Junta de Corporacio– nes, gozando de inmediato de la amistad de José Miguel Carrera. Reconocido en su cargo de Cónsul, Poinsett procedió a nombrar a sus ayudantes. Mateo Arnoldo Hoeve1 tuvo a su cargo el Vice– Consulado de Santiago; Remigio Blanco en Valparaíso; Joaquín Vicuña en La Serena y Serrano en Concepción. Empezaba, al parecer, el intercambio diplomático regular entre Chile y los Estados Unidos. La Patria Vieja tuvo una clara inspiración filosófica en sus decisio– nes. La semilla del credo democrático había encontrado un terreno fértil para su germinación. A los contactos a la distancia por el libro o la correspondencia con los centros intelectuales de América y de Europa, se sumaban ahora los influjos directos de las personalidades señaladas. Las ideas de Fray Camilo Henríquez estaban empapadas en los escritos de los pensadores políticos norteamericanos. La voz de Tomas Paine, de Jefferson, de los federalistas, resuena en sus inflama– dos escritos. La filosofía social fue el tema de su tierna comedia El asilo de las virtudes, cuya trama se desenvuelve en un hospicio de Filadelfia. Henríquez cantó en sus estrofas el advenimiento de la república norteamericana, y en esa primera celebración del Día Na– cional del 4 de julio de 1812 se escucharon sus himnos patrióticos, coreados por los asistentes que, con estribillos, repetían la estrofa del "gran ejemplo memorable". Hubo confianza en el país en la ayuda norteamericana, y Manuel de Salas, en uno de sus escritos, pronostica con certera adivinación el futuro de ese país. Y a estas ideas, expre· siones de Ulla época, se agregan los influjos constitucionales que tras– mite Joel Robert Poinsett a la Junta a propósito de la Constitución de

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