La revolución norteamericana, auge y perspectivas

LA REVOLUCiÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PE~EcnVAS tarÍan los puntos de vista del pequeño agricultor y de los eternos deudores. Se consideraba que -al admitir los nuevos Estados, éstos debieran tener una catégoría inferior a los trece Estados originales. Otra opinión era que deberían ser admitidos con los mismos privile– gios y derechos que los Estados originales. Este problema fue solu– cionado dejando que lo decidiera el Congreso; como resultado, se decretó una igualdad absoluta' para todos los Estados. Finalmente, me permito comentar el convenio sobre la forma de elegir Presidente. Algunos favorecían la:elección por el pueblo, otros preferían que lo eligiera el Congreso. Esta última sugerencia fue objetada sobre la base de que un Presidente así creado sería débil y servil. Al final fue decidido que el Presidente sería elegido por un colegio electoral, el cual sería escogido en la forma como decretara la legislatura estatal. Esto, a ,la larga, permitió que los, electores fuesen elegidos por el pueblo, sistema que perdura, hasta hoy día. Durante los últimos días de sesiónes de la Convención, un comité especial pulió la versión final del documento y el Gobernador Morris aportó 'un elocuente preámbulo que reza como sigue: '''Nosotros, el Pueblo,de Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer la Justicia, afianz~r la tranquilidad interior, proveer a ,la Defensa común, promover el bienestar general y ase– gurar para Nosotros mismos y para nuestros descendientes los bene– ficiosde la Libertad" estatuimos y sancionamos esta Constitución para Estados U nidos de América". Benjamín Franklin propuso que la Constitución fuese firmada por los miembros en la siguiente forma: "Forjado en Convención por consentimiento unánime de los Estados aquí presentes el día 17 de septiembre". Su sugerencia fue aprobada y los delegados se adelantaron para firmar. Sólo tres personas presentes en esta histórica versión se negaron a firmar. Otros que se habían opuesto a la Cons– titución ya habían partido de Filadelfia. La ceremonia de la firma impulsó a Franklin a comentar que, durante los debates, a menudo había contemplado el sol pintado en la pared detrás de la silla del General Washington, presidente de, la Convención, musitando si re~ presentaría un sol naciente o uno ponic;nte. "Ahora", dijo Franklin, "estoy cont~nto de saber que es un sol naciente y no uno en su ocaso". Luego todos los delegados se trasladaron a la cantina City Tavern para degustar unos traguitos y cenar juntos como despedida, ya que sería última vez que se encontrarían todos réunidos. Se dice que una dama se' acercó a Benjamin FrankIln y le preguntó: "Bueno, doctor,

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