La revolución norteamericana, auge y perspectivas

E. Víctor Niemeyer, fr. I LA CONSTITUCIÓN NORTEAMERICANA DE 1789 "Después de la mirada que me lanzó no lo volvería a hacer por mil comidas". Es de interés notar que si en esa ocasión había presentes nortea– mericanos eminentes, bien versados en ciencias políticas, otros tantos brillaron por su ausencia. Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia y J ohn Adams, quien más tarde llegó a ser Presi– dente de Estados Unidos, se encontraban en el extranjero en misiones diplomáticas; y John Jay estaba absorto en la dirección de relaciones exteriores de la Confederación. El período 14 de Mayo al 17 de Septiembre de 1787 fue uno de los decisivos en la historia de la República Norteamericana, a medida que cincuenta y cinco delegados de doce Estados se reunieron en la Casa de Estado de· Pennsylvania donde once años antes se firmó la Declaración de Independencia a fin de discutir la razón de un nuevo gobierno. Algunos eran firmes defensores de la democracia, mientras que otros rechazaban la idea de otorgar al pueblo el dere– cho de elegir a sus representantes. Por ejemplo, Elbridge Gerry, de Massachusetts, advirtió que "los males que experimentamos actual– mente son productos del exceso de democracia"; y Alexander Hamil– ton, quien pudiera compararse con el gran prócer Diego Portales, habló acerca de la "imprudencia de la democracia" y dijo que "el pueblo rara vez puede juzgar y decidir atinadamente". Otro punto a discutir fue la relación entre Estados grandes como Virginia y Massachusetts y otros más pequeños como Nueva Jersey y Delaware. ¿Deberia crearse un enérgico gobierno nacional con mayores poderes que aquellos ejercidos por los estados, o deberían los estados ser sobe– ranos y el gobierno nacional débil? ¿Y qué había de ser de la escla– vitud? Estos tópicos formaron tema para discusión, fueron debatidos en sesiones secretas a fin de mantener la libertad del debate, durante esos meses calurosos y húmedos de verano en Filadelfia. Para asegurar la privacidad se mantenían cerradas las ventanas, con lo que las temperaturas alcanzaban grados insufribles. Pero al· abrirlas ventanas, entraban riubes de moscas, lo que era igualmente intolerable. Bajo tales condiciones los ánimos solían deteriorarse, pero nunca se llegó a los balazos. Se duda que cualquiera de los delegados portara armas. Una vez, cuando el debate se acaloró excesivamente, Benjamin Fran– klin sugirió que las sesiones se iniciaran con una plegaria y dijo: "Mientras más años vivo, más pruebas encuentro de esta Verdad: que Dios es quien gobierna los asuntos de los hombres. Y si bien un gorrión no cae a tierra sin que El lo note, ¿será entonces Pfobal?le que pueda 149

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