La revolución norteamericana, auge y perspectivas
LA REVOLUCiÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS cer un gobierno fuerte y nacionalista. Fue él quien escribió "primero debes permitir al gobierno que controle a los Gobernadores y, luego, obligarlo a controlarse a sí mismo", un dicho que pudiera ser reflejo de la filosofía fundamental de la Constitución. Tal como lo expresa un historiador, él (Madison) impartió a la Constitución su estruc– tura básica, su conservantismo esencial y, sin embargo, "la suficiente flexibilidad para poder enfrentar las cambiantes necesidades del fu– turo". Además, a Madison le debemos el saber lo que sucedió en la Convención de Filadelfia. En esos días, antes de que existieran taquí– grafos, él tomaba apuntes durante los debates sobre cuánto le era posible y luego, en la noche, complementaba sus notas a la luz de una vela, as! afectando su salud. Sin lugar a dudas, Madison mereció el titulo que más tarde se le otorgó, "Padre de la Constitución". Edmundo Randolph, Gobernador de Virginia, un nacionalista que laboraba incesantemente por el establecimiento de un gobierno nacio– nalista enérgico y firme, fue autor de uno de los planes que utilizó la Convención al redactar la Consti tución. . Benjamín Franklin, de Filadelfia, a quien conocemos como inventor, científico, filósofo y estadista, seguía a vVashington en cuanto a la estimación que le profesaban los delegados. Y pese a su avanzada edad, era muy popular entre las damas. Aunque no hizo aporte directo alguno a la redacción de la Constitución, Franklin intercaló humor e ingenio en los momentos críticos de los debates cuando se precisaba aliviar tensiones y evitar animosidades. La mayoría de sus conferencias fueron leídas por James Wilson, de Pennsylvania, es– cocés de origen y educación y, probablemente, el más eminente juris– ta teórÍCo de su época. Creía en un fuerte gobierno nacionalista y que éste debería tener una sólida base popular. El tercer miembro de la delegación de Pennsylvania era Robert Morris, muy aristo– crático en sus ideas a diferencia del democrático Franklin. Morris usaba una pierna de palo; era un conferencista elocuente y fue res– ponsable del estilo literario de la Constitución. Años más tarde podía declarar con entera veracidad al comenzar una carta, "la mano que escribe esta carta escribió la Constitución". Un historiador se ha referido a Morris corno el "niño travieso" de la Convención. Parece que Alexander Hamilton, en una ocasión, apostó a Morris una comida si era capaz de dar un manotazo en la espalda a Washing– ton, diciéndole: "Y cómo se siente hoy, mi querido General?" Morris aceptó la apuesta y cumplió: Pero más tarde le declaró a Hamilton que
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