La revolución norteamericana, auge y perspectivas

C,"istidn Guerrero Yoacham I LA DIPLOMACIA DE LA RJWOLUCIÓN NORTEAMERICANA del Barón Friedrich Wilhem Von Steuben, otra espada europea al· servicio de la revolución, y en medida menor del Barón Johann de K.alb, Thaddeus Kosciusko e incluso de Francisco de Miranda. P'ranklin supo aprovechar todas las circunstancias que se le presen– taron para llegar a alcanzar sus objetivos. Después de la Declaración de Independenci;' presionó al Conde de Vergenne para que influyera sobre España y propusiera que ambas naciones reconocieran la Inde– pendencia de las colonias. El Conde de Floridablanca, Ministro de Carlos III, escuchó la propuesta de Vergenne, pero cuando se supo en Europa la derrota de George Washington en Long Island el 27 de Agosto de 1776, y que los británicos habían ocupado New York, tanto Vergenne como Floridablanca echaron pie atrás. En esta situación, la misión de Franklin se hacía extremadamente difícil, pero de inmediato se dio cuenta que Vergenne seguía una política de espera cautelosa y vigilante, atento a que los acontecimientos se definieran; España por su parte, ni siquiera optó por una política de espera, pues aparte de que la rebelión de las colonias hasta la batalla de Long Island no daba resultados positivos, no podía aparecer en público estimulando sublevaciones coloniales frente a ~us propias posesiones en la América Latina. Pero las victorias americanas y la rendición del General Burgoyne el 17 de Octubre de 1777, habrían de ser los elementos que Franklin utilizaría para lograr la incorporación definitiva de Francia en el conflicto. Por una parte, la rendición de Burgoyne causó gran impacto en la opinión pública francesa; por otra, el Primer Ministro británico Lord North inició una nueva política tendiente a la búsqueda de un arreglo con las colonias, una política de pacificación. Lord North se dispuso a enviar una misión a Phi1adelphia, encabezada por Lord Carlisle, para ofrecer a los americanos el cese de las hostilidades y la aceptación de un gobierno colonial propio dentro del ámbito del Imperio. Ahora, aceptaba la misma idea que los colonos habían pro– puesto en 1775, pero le asaltaba la duda tremenda: ¿aceptarán las colonias esta solución después que han declarado la Independencia y han logrado, nada menos, que la rendición del general Burgoyne y de sus 5.700 soldados? La misma duda tenía el Conde de Vergenne, quien concluía que si los americanos llegaban a un acuerdo con Gran Bretaña, la oportunidad que tanto había esperado Francia para vengarse de Inglaterra por las derrotas de 1763, se le escapaba de las manos. Vergenne llegó a desesperarse, aun más, cuando supo que agen-

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