La revolución norteamericana, auge y perspectivas
LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS taña, De hecho Francia dejó de ser una primera potencia y como poder americano, prácticamente desapareció. Una disposición importante del Tratado de París fue aquella que reguló la navegación del río Mississippi. Francia, como hemos dicho, retuvo la isla de Nueva Orleans y el río pasó a ser internacional en las últimas 300 millas de su curso inferior. Para evitar mayores pro– blemas el río se mantendría libre en su navegación para Francia y Gran Bretaña, desde sus fuentes al océano, y expresamente en la región de la isla de Nueva Orleans. Pocas horas después de firmado el Tratado de París, Francia em– pezó un novedoso juego político internacional, pues cedió a España la región al oeste del Mississippi y la isla de Nueva Orleans, acep– tando Españ.a la cesión pero sujeta a los acuerdos que Francia había logrado con Inglaterra. Así nació la famosa cuestión del Mississippi, que tuvo un muy largo desarrollo y que llegó a ser materia de primerísima preocupación pa– ra la política exterior de Estados Unidos en toelo el siglo XIX y hasta la Guerra Hispanoamericana ele 1898. En el mismo Tratado de París, por otra parte, España cedió a Gran Bretaña las 2 Floridas: oriental y occidental y las posesiones españolas al este del Mississippi. Inglaterra devolvió a España la isla de Cuba, capturada durante el conflicto y accedió a demoler todas sus fortifi– caciones en la Honduras Británica, mientras España reconoció dere– dlOS a los británicos para la corta del palo de campeche en territorios hondureños. Así, la Guerra de los Siete Años y el Tratado de París significaron el ascenso de Inglaterra a primera potencia, el descenso de Francia a potencia de segunda importancia y la sumisión de España frente a Inglaterra, la cual como se ha visto, tomó grandes ventajas en el Ca. ribe y en la región ístmica, creando otro factor de importancia para la futura política exterior y diplomacia de Estados Unidos. Las gentes que vivían en la América del Norte, fueran británicos, suecos, franceses o españoles, poco o nada tenían que decir respecto de las guerras que sus soberanos europeos mantenían; en el fondo, no les interesaba, con la sola excepción de la Guerra de los Siete Años, que a diferencia de las anteriores comenzó primero en América por los acontecimientos de 1754. En cambio, los conflictos anteriores, en los cuales hubo alguna lucha en el sector americano, poco o nada les significaba, en sí mismo, pero el hecho era que había guerra y parecía ser inevitable la participación en ella. En cuanto a las conse- 120
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