La revolución norteamericana, auge y perspectivas

LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA, AUGE Y PERSPECTIVAS continentales semejaron en más de una oportunidad un ejército de mendigos andrajosos. A estas dificultades, hay que agregar las emanadas del plano políti– co. Cada Estado tendía a considerarse soberano dentro de su territo– rio, y con facultades para intervenir en las decisiones mili tares. Hay que recordar que los Artículos de la Confederación y de Unión Perpetua, no entraron en universal vigencia, sino en marzo de 1781. No puede extrañar, pues, la angustiosa marcha de la guerra; suce– sión de fracasos y de éxitos; de avances y retiradas. Jugarán a favor de los norteamericanos, su tierra, conocida y vas– ta; y la incorporación de una oficialidad europea experta que llega a engrosar voluntariamente las filas revolucionarias: Lafayette en el verano del 77; el francés de Kalb, el prusiano barón von Steuben, los polacos Pulaski y Kosciusko. Luego, la ayuda militar francesa y española; particularmente la flota de Francia que contrapesará el dominio hasta entonces absoluto de los barcos ingleses. Estas tropas, recorridas por una moral superior, podrán sobrepo– nerse a las dificultades. Pero, en palabras de Franck Schoell, "nada de ello hubiere bastado si el ejército insurgenle no hubiera tenido a su cabeza, en la persona de Jorge ''''ashington, un general de mérito~ excepcionales. Asumió el mando a la edad de 43 años, en la p~enitud de la vida, y no tardaron en imponerse sus cualidades de hombre y de jefe. Inspiraba confianza por la calma y sangre fría que cowervaba en las situaciones más críticas. Su moral no falló nunca. Por su digni– dad y por la autoridad que su persona emanaba, ejerció sobre sus tropas un ascendiente jamás desmentido. En resumen, él fue el alma de la guerra y ésta no hubiese podido ganarse sin él, como tampoco sin la ayuda providencial de Francia"9. La capitulación inglesa de Yorktown, el 17 de Octubre de 1781, puso en realidad fin a la prolongada guerra. Sin embargo, en espera de una pacificación total, el general Washington licenciaba el ejér. cito luego de entrar triunfalmente en Nueva York, el 19 de Abril de 1783; ocho años después de los primeros disparos en Lexington. Luego, y en busca del descanso y la tranquilidad, Washington se re· tiraba otra vez a rvfount Vernon. Llevaba la calidad de simple ciuda– dano y la satisfacción republicana de haber rechazado las instancias de su amigo, el coronel Louis Nicola, para que aceptara la corona de manos del pueblo norteamericano. 9F. L., Schoell. Hist01'ia de los Estados Unidos, Ediciones Moretón, S. A., Bilbao Espai'la, 1968. 114

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