La revolución norteamericana, auge y perspectivas

Luis Carreña Silva I UN AMERICANO DEL SIGLO XVlll: GEORGE WASHINGTON Bernard Bailyn 4 ha mostrado el fascinante mundo de ideas, prin– cipios y definiciones que precederán la búsqueda y logro de la Inde– pendencia. ¿Cuál es el papel que desempeña Jorge Washington en ese debate espectacular? Ya lo hemos advertido. Washington no es un hombre de teorías, ni siquiera proclive a las disquisiciones de esa naturaleza. Sus cartas y escritos nos revelan, sin embargo, a un hombre que sigue atento los acontecimientos; sopesa las opiniones y luego decide con firmeza, sin eludir los más arduos problemas. Desde los inicios se muestra entusiasta partidario de resistir las pretensiones inglesas, tanto porque ellas gravaban muy directamente los intereses comerciales de su Virginia y de su clase, cuanto, y prin– cipalmente, porque afectaban a las tradiciones virginianas más arrai– gadas y constantes de decisión política soberana. Padover 5 sintetiza la posición de Washington, que nos explica su fidelidad a la causa de la Independencia, la seguridad y ecuanimidad de sus intervenciones y la confianza general que rodeará su actuación militar y política: "era un cabal hombre racionalista del siglo XVIII; un firme creyente en el imperio de la razón y la justicia y un campeón del republicanismo. Pese a sus hábitos aristocráticos y a sus predilec– ciones, detestaba verdaderamente la idea de un gobierno monárquico o autocrático. La sola sugerencia de que él pudiese llegar a ser rey, le horrorizó profundamente. Era un republicano genuino". Y efectivamente, esa actitud la mantedrá invariable. Un año antes de la convocatoria de la Convención Constituyente, escribía a John Jay: "He sabido que voces respetables hablan de una forma monár– quica de gobierno, sin horrorizarse... ¡Qué triunfo el de nuestros enemigos, si se cumpliesen esas predicciones! ¡Qué triunfo de los abogados del despotismo, encontrar que somos incapaces de gober– narnos nosotros mismosl"6. Es que en la literatura clásica, al alcance de los hombres cultos de su tiempo y lectura favorita, el despotismo había vencido en Roma al republicanismo y había dado paso a la corrupción pública y privada. En América, las libertades corrían ese mismo peligro. Y la corrupción política y social venía a la rústica América, a la sana y joven América, a través de la decadente Ingla– terra. Esa Inglaterra que John Dickinson lapidariamente estimaba 'Bernard, Bailyn. Los origenes ideológicos de la Revolución Norteamericana, Paidos, Buenos Aires. 1972. ·Saul K., Padover. The Washington's Papers, Harper Be: Brothers, New York, 1955. 'Idem supra. 111

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