La revolución norteamericana, auge y perspectivas

Luis Carreño Silva I UN AMERICANO DEL SIGLO XVlll: GEORGE 'WASHINGTON duras de sus ríos, diseminarse en sus fértiles valles y quedar en con– tacto natural con los Apalaches. Tierra fértil y sol adecuado para el cultivo del tabaco que se im– pondría rápidamente como el principal rubro de su producción, al descubrirse en 1612 la manera de curarlo para dejarlo apto para el consumo europeo. Planta agotadora de la tierra, que obligaba a recu– rrir a nuevas regiones para su cultivo, problema que el Nuevo Mundo solucionaba con generosidad, proporcionando además fáciles medios de transporte fluvial. La modesta población inicial debió desde los comienzos distribuirse por la región, donde el núcleo civilizador no quedará constituido por la ciudad, ni siquiera por la aldea, sino por la unidad de cultivo, generando en Virginia y en las regiones vecinas, como Maryland, un carácter predominantemente rural. Sin embargo, una nueva circunstancia vendría a influir en la conformación de esta economía y a dar un sello peculiar a la sociedad emergente. Ni los indígenas, francamente hostiles, podían proporcio– nar mano de obra suficiente y apta; ni los inmigrantes ingleses lle– gados con contrato para redimir el costo de su viaje, se interesaban en prolongar su servidumbre. Al mediar el año de 1619, un barco holandés vendía en Jamestown el primer cargamento de esclavos afri– canos. Pronto se transformarían en el nervio de la exploración taba– calera, permitiendo la aparición de la gran plantación, obligando a los pequeños agricultores a dirigirse cada vez más hacia el interior y facilitando la constitución de una clase de propietarios cada vez más poderosa e influyente, y en situación de construirse un modelo seño– rial de vida. La riqueza de sus tierras podía fluir hacia Jamestown, para colmar de fardos los barcos de la flota del tabaco, en la que viajaban hacia Londres y Bristol. Estos dejaban a su vez, para regalo de los planta– dores, todos los refinados productos de la Metrópoli, los muebles finos, las porcelanas, los tejidos; en fin, todo el utillaje necesario para alhajar con esplendor sus crecientemente lujosas mansiones; todos los elementos para sostener la actividad laboral; caballos finos, nece– sarios no sólo para el trabajo, sino también para incrementar el prestigio de sus dueños y darles oportunidad de practicar los ejercicios ecuestres, indispensable complemento del gentilhombre. Nacía, pues, una sociedad señorial, vinculada directamente a la cultura metropolitana; poseedora del poder económico y del político, asentada en el trabajo esclavo y dueña de una cultura y de un estilo de vida social que perduraría desde fines del siglo XVII hasta la trágica

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