Enfrentando los cambios globales: anuario de políticas exteriores latinoamericanas: 1991-1992

190 FRANCISCO V!LLAGRAN K. mismo no tuvo similares efectos en los conflictos armados internos en El Salvador y Guatemala. Ellos continuaron a lo largo de 1991. La fónnu!a simplista de antaño de referir los problemas y conflictos de los países de América Central a los efectos del enfrentamiento Este-Oeste, utilizada de manera persistente por el gobierno del presidente Reagan y, también, por los gobiernos militares latinoamericanos, explicó algunas, (aun– que no las más relevantes), facetas del conflicto nicaragüense. Sin embargo, no fue aplicable a los casos de los conflictos armados en El Salvador y Guatemala. La principal diferencia entre ambos es que en el primero la administra– ción norteamericana se involucré desde sus inicios de manera directa en la defensa y el sostenimiento del gobierno y del ejército salvadoreños; en Guatemala, en cambio, Washington se vio compelido, desde finales de la década del 70, a retraerse y mantener un perfil bajo, dada la renuencia del ejército guatemalteco a seguir los lineamentos que le recomendaba EE.UU. respecto a la estrategia antiguerrillera yen materia de derechos humanos. El efecto de esta dicotomía es que la Casa Blanca ha ejercido mayor influencia en las negociaciones de paz salvadoreña que en las de Guatemala. A éste ha considerado suficiente brindarle su simpatía y apoyo moral, y proveerle, desde luego, limitada asistencia militar y una más generosa ayuda económica, destinada a la administración civiL Ello, por supuesto, está directamente relacionado con la política de derechos humanos que impulsa– ban e impulsan el Congreso, el gobierno e importantes sectores de la opinión pública norteamericanos, política que irritaba y aún irrita a algunos integran– tes del ejército guatemalteco. Objetivo inmediato: la paz lotal De no constituir geopolíticamente Centroamérica una "zona sensitiva y conflictiva" para Norteamérica, que exige la solución negociada en forma simultánea o al menos concurrente de los conflictos armados que aún existen, no se explicaría por qué se sitúan en el plano internacional las negociaciones que lleva a cabo el gobierno de Guatemala con los cuatro movimientos guerrilleros que aún persisten en el país. El solo hecho de que ese conflicto (y el salvadoreño) subsista después del acentuado proceso de desideologización, del colapso del sistema socialista en Europa del Este, del desmembramiento de la URSS y de la contracción del apoyo que Cuba les proporcionaba, muestra que tiene causas arraigadas en las profundas desigualdades económico-sociales existentes; y que los mode– los de crecimiento económico que se ensayaron a lo largo de los años -incluyendo el integradonista- no contribuyeron a abrirle a los distintos sectores sociales y culturales, los espacios requeridos para una convivencia pacífica. De allí que a través del diálogo y de la negociación se considere que

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