Desarrollo de la Antártica
Osear Pinochet de la Barra I BASES PARA EL DESARROLLO ECOXÓ;\{ICO ••• :En otras palabras, las n-ormas generales se las daría hoy, sujetas a la posib.i1idad práctica de su aplic.ación paulatina. Entretanto, ur. giría la solución para esa quinta 'p<llte del continente, sin demorar la explotación del resto de él. VII. CONCLUSIÓN Deberá encontrarse un arreglo que conserve a la Antártica su ca– rácter de región no contaminada y de reserva mundial única de flora y fauna autóctonas.•Para el aprovechamiento petrolero tendrá que designarse restrictivamente unos pocos puntos precisos que no interfieran con las zonas especialmente protegidas. "Conservacionis– tas" y "petroleros" deberán conciliar, pues, sus puntos de vista. Aquí tienen la palabra los hombres de ciencia y los técnicos. ,Por su parte, "territorialistas" e "internacionalistas" necesitan es– tudiar a fondo un anexo al Tratado que no toque el asunto de las soberanías; de lo contrario, se co-rre el riesgo de un conflicto que, naturalmente, impedirá un acuerdo sobre la explotación del petró– leo hasta después de 1991, y que podría llevar a la ruptura del Tra– tado Antártico. No estamos preparados para (br una solución al problema de fondo de las soberanías; éstas deben seguir congeladas y habrá que pensar en una aS'ociación de interese~ dirigida por los miembros c– tivos del Tratado, abierta a la wmunidad internacional. Una asociación de explotación no seria algo insólito en Derecho Internacional. Ya lo adelantaba el tratadista francés !Paul Fauchille en 1926, y convendría recordar tratados como el Spitzber,g de 1920. Por supuesto que el caso plantea una cantidad de problemas que no es el momento de analizar. Para llegar a constituir esta asocia– ción habrá que respetar las situaciones adquiridas. tal como se hizo en Washington en 1959. El resultadQ fue entonces un Tratado que se ha estimado modelo de equilibrio y de sensatez, que abrió ca– mÍlno al tDerecho Internacional, y que !ha inspirado y ayudado il solucionar otros problemas. Lo peor de todo sería apresurar soluciones que no están madu– ras. Habrá que tomar, pues, todo el tiellllPo que sea illecesario. Lo único que cuenta es lograr un buen resultado. Cuando en la Séptima Reunión Consultiva de Wellington, en 1972, se me dijo que era imposible aceptar una moratoria mayor de 2 años para abrir la puerta de la Antártica a las compañías petroleras, yo ofrecí lO, años de moratoria, plazo que entonces estío
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