América Latina y Asia-Pacífico

62 MAHATHIR IlIN MOHAMAD no son otras tantas mercancías a granel. Son meramente fichas representativas, sin valor intrínseco, cuyo fin es la facilitación del comercio. Gracias a ellas no tenemos la necesidad de usar el trueque. Necesitamos tener un standard para poder comparar el va– lor de diferentes monedas. Actualmente usamos el dólar de Es– tados Unidos, una moneda inestable. Necesitamos diseñar un standard que sea menos volátil. Para este fin, podemos usar una canasta común de monedas, en la cual valoramos cada moneda según los correspondientes indicadores económicos. Habrá fluctucaciones de las monedas en la canasta, pero es pro– bable que éstas se compensen mutuamente. Es probable que la canasta, si ha sido construida inteligentemente, permanezca es– table. Entonces estaríam.os en condiciones de hacer una compa– ración del valor relativo con un referente estable. De este modo, seguramente el comercio mundial se vería facilitado y crecería gracias a la eliminación de gran parte de la incertidumbre. Sin embargo, en la medida que la canasta es sola– mente un valor de referencia, no puede ser transada como ocurre con cada moneda. Todavía tendríamos que comprar la moneda de determinados países y, por lo tanto, todavía habría pequeñas fluctuaciones. Pero las actividades económicas, el comercio, los servicios, etc., estarían menos sujetos a cambios violentos y a la volatilidad que puede causar pérdidas innecesarias. La gente comercia buscando ganancias. Los verdaderos operadores no son apostadores, sino que quieren comprar y vender a precios conocidos. Si hoy procuran cubrir sus riesgos no es porque lo quieran, sinO porque no tienen alternativa. Y no creo que los operadores disfruten esta situación, aunque alguna vez puedan obtener utilidades inesperadas. Produce náuseas la lectura de la forma obscena en que algunas revistas occidentales parecen disfrutar lo que conside– ran la caída de los tigres asiáticos. Como en el caso de Diana, en que se hacen denodados intentos de exonérar a los papara– zzi y de culpar al conductor fallecido (ignorando, por supuesto, que fue la loca cacería de los fotógrafos en motocicletas lo que

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