Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
UN ENSAYO SOBRE LOS GRANDES GIROS DE LA POLíTICA ECONÓMICA CHILENA eurodólares a fines de la década de 1960 y se multiplicó exponencialmente con la acumulación de las reservas de petrodólares en la banca privada internacional como consecuencia de la crisis del petróleo. Todo ello coincidió con el giro que tenía lugar en materia de política económica y de pensamiento económico ante el hecho de que en los años 70 las políticas keynesianas no lograron estabilizar las economías desa– rrolladas y recuperar el crecimiento. Posteriormente, en los años 80, la crisis de la deuda externa obligó a los países deudores a realizar profundos ajustes macroeconómicos, ocasión que fue aprove– chada por la nueva constelación internacional de intereses financieros y comercia– les para imponer un conjunto de reformas estructurales, bautizadas posteriormente como «el Consenso de Washington», y que tenían por objeto desmantelar la institucionalidad estadocéntrica montada en las décadas anteriores mediante la re– ducción drástica de los aranceles y de los controles cambiarios, la apertura finan– ciera, la privatización de las empresas y los servicios públicos, la desregulación y liberalización de los mercados, la política social focalizada y, en general, la jibarización del Estado y su financiamiento básicamente mediante impuestos indi– rectos. Se trataba de restablecer y ampliar al máximo el predominio del mercado en una economía abierta y desregulada con la menor intervención estatal posible. La integración financiera transnacional, el reinicio del acceso fácil y amplio al sistema financiero privado internacional y la posibilidad de endeudarse en gran escala significaron una gran presión y estímulo para adoptar políticas de apertura comercial y financiera. Cuando el conflicto político entre diversas coaliciones se define en ese sentido, eIJo induce a reasignar recursos hacia los sectores de ventajas comparativas naturales, ampliado en algunos países hacia actividades manufactu– reras con ventajas adquiridas durante el proceso de sustitución de importaciones. Esto es un hecho nuevo de la mayor importancia: el dinamismo de las exportacio– nes no tradicionales no podría explicarse sin la creación de capacidad productiva en la etapa anterior. Ahora bien, los criterios de mercado responden a la distribución del ingreso, a las preferencias de los consumidores de rentas más altas y a las estrategias de mer– cado de los grupos privados nacionales y transnacionales de mayor poder y dina– mismo económico. Los empresarios tienen una libertad mucho mayor, pero es du– doso que ese mayor margen de maniobra sea necesariamente ventajoso para los países que reciben estos grandes flujos de capital privado, a menos que en el país existan estímulos institucionales para invertirlos productivamente y condiciones de estabilidad macroeconómica para asegurar sus retornos. Salvo que se trate de so– ciedades firmemente comprometidas con políticas de desarrollo, la holgada dispo– nibilidad financiera privada externa puede desviarse al consumo o a la fuga de capitales en lugar de contribuir a ampliar y diversificar la capacidad productiva. Además, el mercado por sí solo no es el instrumento más adecuado para orientar los recursos al desarrollo de un sistema productivo diversificado, con justicia social y sostenible a largo plazo. Naturalmente ello no es responsabilidad de los bancos que prestan sino de los países que reciben los recursos. La pregunta fundamental es a qué se destinan estos abundantes recursos financieros internacionales. Todo esto se acompaña de la consolidación de la nueva coalición hegemónica: aparecen con renovado vigor -apoyados en el fínanciamiento privado internacio-
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