Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
MARTíN HOPENHAYN en términos bien duros, los primeros podrían caracterizarse como redentoristas, como «portadores de la razón en la bistoria», como iluministas. Y los segundos, así llamados postmodernos, estarían más en la línea de cierta dispersión programática, con contribuciones más aleatorias. Desde esa perspectiva se planteó que había que hacer un balance completo de la trayectoria modernidad- postmodernidad en Amé– rica Latina, tal como se dio en la segunda mitad del siglo xx, y constatar muchas muertes. La muerte de Dios, la muerte de la utopía, la muerte de la política, etc. Y se polemizó sobre si tales muertes existían o no. O si eran muertes de ciertas formas mayúsculas, a lo mejor, ciertas formas casi metafísicas de considerar algunos térmi– nos, pero que eso no significaba que la gente dejaba de pensar en sociedades mejo– res, que el Estado no dejaba de existir por ello, etc. También hubo cierto énfasis en marcar una brecha entre el mundo de la cultura y el mundo de la política, como si corrieran paralelos o como si hubiera poca per– meabilidad por parte de la política hacia la cultura. Creo que tres veces se citó una frase de Carlos Fuentes en la cual decía que si la política y la cultura tuvieran la imaginación creadora de la cultura y las artes, en América Latina estaríamos en otro lado. Eso es bastante debatible, a mi juicio, porque no sé cual sería el equiva– lente al realismo mágico en política. Pero sí se señaló la brecha entre una produción cultural que tradicionalmente ha sido muy intensa y fuerte en América Latina y cierta esterilidad política. Y en un sentido, no igual, pero parecido, se señaló el divorcio entre cultura popular y cultu– ra política, la idea de que no convergen, de que la primera no entra en la segunda, casi como si fueran dos países distintos. Ahora, podría preguntarse también, como hacen algunos politólogos y sociólogos de la cultura, si ciertos elementos que han sido recurrentes en la política latinoamericana, como el caudillismo y otros, tienen que ver con la forma en que la cultura popular entra en los estilos de hacer política. Por otro lado, también se constataba que la cultura, trata de sustraerse de la forma en que la política la demarca y se la apropia. Como vivimos en sociedades que, en gran medida, fueron construidas por los Estados, también vivimos una tradición en la cual el Estado, de alguna manera, ha sido determinante en la producción culturaL Y llega un momento en que los pro– pios actores culturales se plantean en qué medida quieren escapar un poco a esa demarcación, en una especie de relación de amor y odio con el Estado, en que esperan del Estado algún tipo de cobertura, apoyo, estímulo, pero por el otro recla– man una autonomía propia de la cultura, respecto de la política. Se señaló, en una frase que a mi juicio es muy linda, que la cultura es cultura como fundamento y cultura como proyecto. Es decir, se le puede dar vuelta a la cultura en el sentido de memoria y de futuro, de determinación y de libertad, en especial hoy que se debili– tan los vínculos con el pasado y se difuminan los vínculos colectivos. Uno podría pensar que la cultura es importante precisamente por eso, y hay que revitalizarla. Hubo una intervención muy particular, sobre el tema de género. A lo mejor podría pensarse que el tema de género es parte del tema de la cultura. Pero no está en una parte. Se planteó una histórica del imaginario sobre la mujer en Chile, más o menos desde los años 60 hasta ahora, desde el modelo sacrificial mariano, pasan– do por un modelo emancipatorio más político, otro emancipatorio más cultural,
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