Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

POLíTICA SOCIAL EN BRASIL: CONTINUIDADES Y CAMBIOS ocasiona los elevados niveles de pobreza y miseria que caracterizan al país. Aunque las cifras se hayan reducido significativamente desde el inicio de los años 90 -la proporción de pobres respecto de la población total, que era de 42% en 1990, disminuyó a 34% en 2003- todavía son bastante altas. Actualmente, la pobreza afecta aproximadamente a 53 millones de brasileños, 22 millones de los cuales se encuentran en situación de miseria. Los penosos indicadores de desigualdad y pobreza ponen de manifiesto los du– ros límites de las políticas sociales, que deben enfrentar fenómenos estructurales de duración secular, intensificados durante los recientes años por el creciente desem– pleo, la precarización del trabajo y la reducción de los ingresos familiares. En comparación con los años 70, la pobreza cambió de dirección y de aspecto en Brasil. Se urbanizó y ello constituye un problema social de difícil solución. En 1970, 4S% de Jos brasileños vivía en el campo. Actualmente, cerca del 85% vive en la ciudad, índice similar al de los países más desarrollados y muy superior al prome– dio mundial, de 47%. La pobreza acompañó este movimiento. En el 2002, de los S3 millones de pobres brasileños, el 85% vivía en las ciudades (Rocha, 2004). La pobreza urbana abrió su propio camino hasta situarse en el primer lugar de la agenda política durante los últimos años. La pobreza rural del siglo XX, aunque aplastante, era más o menos invisible y silenciosa. La pobreza urbana del inicio del siglo XXI es visible y cada vez más vocal, en los espacios asegurados por la demo– cratización. Coincidiendo y agravando la pérdida de dinamismo económico, la crisis fiscal del Estado restringió abruptamente las posibilidades de expansión de la infraes– tructura urbana y de los servicios públicos. El desempleo y el subempleo aumenta– ron en función del ajuste macroeconómico y de la reestructuración productiva de los años 90 (reducción estructural drástica de la oferta de empleo formal y aumento de los niveles de escolarización exigidos a la mano de obra, desplazamiento de empresas hacia fuera de las metrópolis). Junto con el estrechamiento del mercado laboral y los dolores del ajuste económico, los llamados de los medios de comunica– ción y las conspicuas manifestaciones de riqueza que se observan en las calles de la ciudad aumentan las expectativas de consumo. El avance del crimen organizado, potenciado por el tráfico internacional de ar– mas y drogas, completa el cuadro de la crisis urbana y elige a sus protagonistas más notorios: los jóvenes del sexo masculino que viven en las periferias pobres. Ellos son las mayores víctimas y autores de la violencia. Encuestas realizadas en la región metropolitana de Sao Paulo revelan que los homicidios en esta franja de la pobla– ción se relacionan a menudo con el crimen organizado. También hay indicaciones de una fuerte correlación entre el aumento de la violencia y la dificultad real o percibida de ingreso al mercado laboral. De faros del desarrollo nacional y del ascenso personal y familiar, las megalópolis brasileñas se convirtieron en áreas amenazadas por la decadencia y en un inmenso desafío para nuevas propuestas de desarrollo y de políticas sociales. El espacio metropolitano pone en el escenario al pobre como sujeto, más que como el objeto pasivo que siempre fue para las acciones del Estado. Sujeto que vive, trabaja o busca trabajo, emprende, consume. Va a la iglesia, se divierte, se asocia, demanda. Elige y es elegido. Conquista derechos y pone en jaque derechos adquiridos. Tanto

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