Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
CARLOS HUNEEUS Uno de los rasgos del desarrollo político de Chile desde antes del cambio de régimen, que ayuda a explicar el éxito de la democratización, ha sido la aplicación de una estrategia de negociación y compromiso entre las élites y la primacía de una estrategia de regulación del conflicto de tipo proporcional, en vez de mayoritaria, en la nomenclatura de Lehmbruch (1967, 1997). Como se sabe, este trabajó en forma paralela a Arend Lijphart (1968; 2000) en la formulación de una teoría democrática que correspondiera a las singularidades europeas, que eran distintas del desarrollo político de los Estados Unidos y se caracterizaban, entre otras cosas, por las afiliaciones múltiples de Lipset (1960), que apuntan hacia un tipo de inte– gración social que no se presenta en diversos países europeos. En forma indepen– diente formularon el modelo de la democracia consociacional o de consenso, surgi– da como alternativa a la explicación dominante de la democracia en los países avanzados, desarrollada, entre otros, por Gabriel Almond (1956) y Seymour M. Lipset (1960), que resaltaba el pluralismo y las afiliaciones múltiples de los ciuda– danos. Lehmbruch y Lijphart argumentaron que esta explicación no servía en las sociedades divididas, en las cuales no se daban las afiliaciones múltiples y los indi– viduos estaban afiliados a instituciones cultural o políticamente homogéneas. Era el caso de Bélgica, Canadá y los Países Bajos. El esquema consociativo es útil para explicar el proceso político no solo en países divididos culturalmente, sino también en aquellos divididos políticamente por con– flictos traumáticos del pasado, que dejaron fuertes y profundas huellas en la pobla– ción y en las élites. Fue el caso de Austria durante la República, con los conflictos que separaron a socialistas y católicos en la sociedad, dando lugar a dos bloques o campos (Lager), cada una de los cuales tuvo sus propias organizaciones, valores y entidades políticas, y en los que se formó una mentalidad propia (la Lagermentalitiit) que dañó al sistema democrático, favoreciendo la influencia del nazismo, que condujo al fin de su democracia. Esta historia de conflictos influyó en las élites después de la Segunda uerra Mundial y se estableciera una democracia apoyada en la fórmula política de una gran coalición de gobierno formada por socialistas y demócrata cristianos, que se distribuyó los cargos en los diferentes niveles del poder ejecutivo (Engelmann 1966). El planteamiento de Lehmbruch y Lijphart aporta elementos para comprender el sistema político chileno de aplicación de políticas de consenso, que son formula– das en arenas decisorias que llamaremos consociativas y en las cuales intervienen políticos de gobierno y de oposición. Chile inició su democratización bajo el impac– to de los conflictos políticos ocurridos desde los años 60. No se dio una ruptura de la' sociedad con igual profundidad que en Austria, pero las divisiones dejaron en la sociedad fuertes rastros, que no se dan en otro país de América Latina de democra– cias de la «tercera ola». Podría decirse que la Concertación de Partidos por la Demo– cracia es el equivalente funcional de la «gran coalición» que caracteriza la democra– cia consociativa, integrada por los partidos de izquierda y el Partido Demócrata Cris– tiano, que fue el principal partido opositor al gobierno de la Unidad Popular. Con ocasión de los treinta años del golpe militar, los medios de comunicación realizaron varios programas noticiosos sobre el golpe de Estado y el establecimien– to del autoritarismo, en los que se revivieron los excesos cometidos en esos años, reforzando la memoria histórica de los jóvenes sobre un régimen en el cual nacie– ron, pero cuya dimensión política no conocieron (Huneeus 2003). ~o~
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