Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
BOLIVAR LAMOUNIER parlamentarización, con el senador Bornhausen en el papel de primer ministro. Otro ejemplo: en 1993, el presidente Itamar Franco llegó a una encrucijada, sin un programa u orientación coherente para enfrentar una tremenda espiral inflacionaria, y allí surgió, otra vez claramente delineada la figura del primer ministro. En el período del Congreso constituyente, este fue un debate muy difícil, y se produjo una fuerte polarización. Quienes defendíamos la propuesta parlamentarista no pensábamos en la efectividad decisoria, aunque en los países desarrollados ese sea el argumento más común (la efectividad del sistema parlamentario comparado con el divided goverment presidencialista de Estados Unidos). Defendíamos la pro– puesta principalmente basándonos en el criterio de la estabilidad democrática, Jo que es comprensible. La transición había debilitado a militares y civiles. Vivimos toda una década en que la inflación anual superó el 100%. La inestabilidad era real. Y muchos defensores del presidencialismo sostenían que sería aún mayor si cambiábamos al parlamentarismo. Lo mismo sucedió en 1993, con motivo de la consulta plebiscitaria sobre la misma materia. Después, entre 1995 y 2000, surgió la importante obra de comparación estadística de Adam Przevorsky y sus colabora– dores. Tengo entendido que al comienzo, e! profesor Przeworsky no tuvo intención alguna de incluir en su estudio la variable sistema de gobierno y lo hizo por suge– rencia de otros politólogos. Los resultados figuran en las páginas 129 a 136 de la edición del año 2000 de su obra y equivalen a una defensa verdaderamente tajante del modelo parlamentarista. Primero, porque la comparación incluye prácticamen– te a todos los países de! mundo, desde 1945. Segundo, porque muestra que los sistemas parlamentarios tienden a ser estables y por lo tanto mejores para la demo– cracia que los presidencialistas, cualquiera que sea el grado de desarrollo. Algunos problemas de inestabilidad que se han planteado últimamente en Amé– rica Latina, por ejemplo, en Bolivia, Perú y Argentina, seguramente tienen que ver con ajustes económicos, desigualdad social y dificultades políticas que datan de muy antiguo, problemas de convivencia entre partidos. Pero me parece que hay algo más profundo y es que en América Latina no tenemos una reflexión histórica y sistemática realmente profunda sobre la cuestión de la democracia. No hicimos la tarea en esta cuestión, como hace medio siglo la hicimos sobre el desarrollismo. En los últimos cincuenta años, e! principal determinante de la continuidad democráti– ca fue el nivel de desarrollo económico; en los próximos cincuenta probablemente será la desigualdad social. Porque el problema cambia cuando el electorado es muy grande y hay creciente capacidad de presionar a los gobiernos. Además, el narcotráfico, el terrorismo y otros procesos agudizan el problema. Por todo esto pienso que es apremiante realizar un gran esfuerzo de investigación, de reflexión y de debate sobre la democracia en sus aspectos institucionales y socioeconómicos, teniendo debidamente presentes modelos que aumenten la resistencia de las demo– cracias a las crisis, y su efectividad y accountability frente a las inmensamente com– plejas sociedades que surgen en la región. I94
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