Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

BOLIVAR LAMOUNIER graves desde el punto de vista de una democracia, no quiero decir ideal, pero de una buena democracia. Hablando de ideales, uno de los problemas de América Latina es que carecemos de reflexión sobre lo que puede ser, en términos realistas y de valores, una democracia que funcione y que tenga la adhesión sincera de todos los sectores. Por supuesto, las condiciones varían de un país a otro, pero la palabra democracia se desliza para allá y para acá y no tiene exactamente la misma conno– tación, no involucra precisamente las mismas dimensiones institucionales. Desde luego, completando la cuestión del voto, hay que considerar la soberanía popular que es, el concepto central de la teoría democrática. En Brasil tenemos universo de 121 millones de electores. En 1985 incluimos a los analfabetos, en 1933 a las mujeres, comparado con Francia y Bélgica en el 1948, y Suiza en 1971. Incluimos a los jóvenes, que si lo desean pueden votar desde los dieciséis años. Es decir, la definición de la soberanía popular es muy amplia y generosa. Sin embargo, al igual que en otros países federales, no hemos logrado compatibilizar la federa– ción con la democracia. Creo que en cosas muy esenciales, somos más federales que democráticos. En Brasil no existe la regla de «una persona, un voto». Los 40 millones de ciudadanos de Brasil que viven en Sao Pau]o no tienen el mismo peso que los del noreste y del centro-oeste. No ignoro que tales desigualda– des pueden ser y de hecho han sido defendidas desde el punto de vista de la federa– ción, pero no creo que puedan serlo desde el punto de vista de la democracia. Porque la democracia se basa en el principio de «una persona, un voto». Así lo entiendo yo. En segundo lugar, mientras hemos discutido sobre el desarrollo, sobre el perfec– cionamiento de la democracia, no hemos prestado suficiente atención al concepto de accountability. Tanto es así, que todavía no tenemos una palabra para decirlo en portugués. ¿Es posible la accountability en un país como Brasil? ¿Es real la accountability en un sistema político organizado como el nuestro? En un país don– de, por ejemplo, en la actual legislatura en dos años y medio 152 diputados han cambiado de partido 237 veces. Repetiré 152 diputados de la Cámara Federal cam– biaron de partido 237 veces. En la empresa privada, cuando dos actores realizan una transacción, parten de la base de que hay verdadera accountability» y, a su vez, esta presupone la identidad, la constancia de identidad de los entes que contratan. Si los entes cambian de perfil con frecuencia, no son accountable, no pueden serlo. No hay accountability entre entes que cambian continua y arbitrariamente, sin reglas ni previsibilidad. En cuanto a los partidos políticos, siempre propicié una legislación que, conser– vando la plena libertad de organización y de competencia, el pluralismo y demás características que conllevan esos conceptos, estimulara la fijación y la consolida– ción estructural del sistema de partidos. Es un hecho conocido que en Brasil, el sistema es uno de los más fragmentados del mundo. El hecho es que logramos avanzar en esa dirección y pasamos de una situación de fragmentación moderada, en los años 50, a otra todavía moderada durante el congreso constituyente (1987- 1988) y a otra de extremada fragmentación desde fines de los años ochenta. Fue entonces cuando, al restablecerse la democracia, la fragmentación aumentó y se consolidó un concepto cada vez más equivocado de democracia como sinónimo de pluralismo fragmentador. Vuelvo aquí a mi planteamiento inicial. A mi juicio en

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