Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
MANUEL ANTONIO GARRETóN nes, por acción u omisión, ocupe cargos públicos o de representación política, tal como de hecho ocurre con los ascensos militares. ¿Qué está en juego en las elecciones de diciembre de 200S? La primera cuestión en juego en una elección presidencial tiene que ver con sus resultados: quién gobernará y cuál será el sector político victorioso. En este caso, no parece haber mayor incertidumbre en la medida en que tales resultados son predecibles. La solidez de la votación histórica de la Concertación, unida al éxito de todos sus gobiernos y, en particular, a la enorme popularidad y aprobación del gobierno de Lagos, a lo que se agregan, por un lado la potencialidad del estilo particular de la candidata presidencial y, por otro, la debilidad cohesiva del liderazgo de la oposición, hacen muy improbable que la Concertación no acceda a un cuarto gobierno en primera o segunda vuelta. Tampoco parece que los equilibrios internos de la Concertación estén en juego. Es decir, casi con toda seguridad, Michelle Bachelet será la Presidenta, con una coalición en plena forma. En cambio, sí está por definirse en qué medida se aprovecharán los avances del gobierno de Lagos, la posibilidad de un gobierno paritario de hombres y mujeres en todos los niveles de gobierno y no solo en el gabinete ministerial, la debacle proba– ble de la derecha autoritaria y las grandes expectativas creadas de «un cambio dentro de la continuidad» y de participación ciudadana, para terminar definitiva– mente con la época post-pinochetista y pasar a la época del Bicentenario o plena– mente democrática. Ello requerirá superar los cuatro puntos en que el gobierno de Lagos, pese a ser uno de los mejores de la historia contemporánea, no logró com– pletar esta misión de la Concertación: una nueva Constitución e institucionalidad democráticas en los diversos ámbitos de la vida social con un sistema de participa– ción en la gestión pública; un modelo socioeconómico redistributivo y con un rol mucho más dirigente y protector del Estado; una reinserción efectiva en el bloque latinoamericano; y una reconciliación que signifique justicia en todos los casos de violaciones de los derechos humanos y la asunción de responsabilidades en ellas por los sectores civiles y el poder judicial. La superación de estos resabios de la época post-pinochetista, podrá permitir que el país encarne libre y democrática– mente su proyecto de país en el siglo XXI. La segunda gran cuestión que está en juego tiene que ver con los resultados electorales y concierne a la derecha, segunda gran fuerza política en Chile. Desde hace treinta y cinco años, Chile ha carecido de una derecha liderada por sectores auténticamente democrática. Primero envuelta en aventuras golpistas y en llama– dos al quiebre democrático, luego, bajo la dictadura, apoyándola irrestrictamente y haciéndose cómplice, por acción u omisión, de sus crímenes, constituyéndose, más adelante, en su brazo político para perpetuar su legado institucional y socioeconómico en democracia. Hasta el día de hoy la derecha ha sido hegemonizada por aquellos que nacieron a la vida política como hijos del régimen militar, es decir, sus cuadros dirigentes no han tenido nunca un sello democrático. Basta con recordar el modo en que su máximo representante resolvió el conflicto entre sus dos partidos de apoyo y la permanente negativa a asumir sus responsabilidades por las violaciones de los derechos humanos bajo la dictadura de la que formaban parte. Y nuestro país necesita una derecha con legitimidad ética para oponerse democráticamente a la Concertación: hay una visión socioeconómica de derecha, liberal, que requiere J86
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