Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

MANUEL ANTONIO GARRETóN En este contexto ¿qué valor otorgarle a las reformas constitucionales de sep– tiembre del 2005 y que el gobierno interpretó como la Constitución del siglo XXI, definiéndola como plenamente democrática y expresión del consenso de todos los chilenos, que terminaba con los enclaves autoritarios y aseguraba el fin de la tran– sición? Sin duda que las numerosas reformas (redefinición del Consejo de Seguridad Nacional, término de los senadores designados y de la inamovilidad de los Coman– dantes en Jefe, funciones fiscalizadores de la Cámara de Diputados, etc.) van en el sentido de completar aspectos de nuestra democracia que había quedado trunca al terminar la transición en marzo de 1990, cuando asumió el primer gobierno demo– crático. En este sentido, son un paso de enorme importancia, pero enteramente insuficiente y que puede generar una situación inmodificable hacia el futuro, en la medida en que se considere que ha habido un gran consenso histórico democratizador y que todos se muestren auto-satisfechos con lo logrado. Al respecto, pese a los avances, seguimos entrampados en la época post-pinochetista. Lo cierto es que no podemos hablar de término de la transición quince años después de la inauguración democrática, entre otras cosas porque ¿qué vamos a decir si un día se modifica el sistema electoral? ¿que entonces efectivamente se acabó la transición? ¿cuántas veces se ha dado por terminada y luego por vigente? Mejor decir que se ha dado un paso democratizador fundamental y que faltan muchos otros. Tampoco podemos hablar de democracia madura y plena mientras rija un sistema electoral perverso y excluyente y si durante quince años hemos estado presos de los enclaves autoritarios. Y tampoco se han superado definitiva– mente estos, en la medida en que sigue rigiéndonos la misma Constitución hereda– da de la dictadura, que se mantiene el sistema electoral, que se ha resuelto el tema de los derechos humanos y que en el país hay poderes fácticos no democráticos heredados del régimen anterior, como es la derecha, que se expresa en la UD!. Recordemos que un sistema electoral, aunque se haya sacado del texto constitucio– nal, está consagrado en una de sus instituciones básicas, es una ley orgánica consti– tucional, de casi imposible modificación por la voluntad popular, consagra un em– pate político entre las fuerzas democráticas y los herederos de la dictadura en todos los campos de la vida social. El caso chileno en esta materia es extraordinariamente complejo, pues en estos quince años ha habido práctica democrática, aunque exclusión de una parte signi– ficativa del espectro político y un sistema electoral poco representativo, vigencia de las libertades públicas y uno de los mejores períodos de nuestra historia, con los mejores gobiernos de ella. Todo lo cual se ha dado en el marco de la peor Constitu– ción del mundo, la más autoritaria, la menos democrática, la única en el mundo heredada completamente de una dictadura criminal. Estamos entonces en una si– tuación de democracia, sin duda, con todos los aspectos positivos que ello tiene, pero esquizofrénica y trunca. Y las reformas constitucionales aprobadas, la elimi– nación de los artículos transitorios y el cambio de firma en la Constitución, reem– plazando la del dictador por la del Presidente democráticamente elegido, pasos simbólicos y efectivos de gran valor, tienen como contraparte simbólica el que se le pone la firma y se da legitimación democrática a una Constitución que, aunque modificada, sigue siendo la Constitución impuesta por Pinochet, y como contrapar- r82

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