Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

REFLEXIONES SOBRE LA DEMOCRATIZACiÓN POLÍTICA CHILENA Si examinamos el conjunto de diversas movilizaciones y demandas, hay que reconocer su carácter fragmentario, con predominio de una visión particularista ante cada problema, que expresa una situación muy precisa y abarca a una deter– minada categoría social, actor u organización. Ello es extraordinariamente positi– vo: cada grupo alza la voz por los problemas que le preocupan y genera formas propias de lucha, comunicación interna y con la sociedad. Pero no considera ni puede considerar los problemas, intereses y visiones de otros sectores, ni los pone en un contexto más global. Esto es propio de la sociedad civil: es el lugar de las diversidades pero también de las desigualdades, carece de visión de país, o de pro– yecto general salvo en los casos de utopías que pueden llevar a la intolerancia y al integrismo. No es el espacio de negociación del interés general sino una suma de intereses particulares legítimos, pero muchas veces contradictorios entre sí y que solo la política y el Estado pueden conciliar. Ello se expresa, por un lado, en una visión básicamente reactiva frente a los problemas; con propuestas sí, pero carentes de un proyecto más amplio. Por otro lado, no solo hay una crítica a la política o al Estado, lo que es legítimo y necesario, sino que en general hay una negación de ella o la percepción de que la sociedad civil la reemplaza o puede pasarla por alto. Esto se aprecia en la ausencia de los temas políticos, como si esta no existiera o perteneciera a otros. Por ejemplo, las reformas constitucionales y del Estado, incluida la judicial, el tema de los partidos políticos y su financiamiento, el sistema electoral, la descentralización, el sistema educacional (no la demanda particular frente a él sino el análisis de su funcionamiento), la crucial cuestión de los impuestos, por citar algunos, son todos temas ausentes, en que falta la perspectiva variada y heterogénea de la sociedad civil. Es como si estos temas no le correspondieran. Se critica al Estado y a la política que no toman en cuenta a la sociedad civil y a la ciudadanía. Pero la crítica inversa es también váli– da: la llamada sociedad civil solo habla de sí misma y no del conjunto de la sociedad y de la política como el único espacio común en que toda su diversidad se encuentra para dialogar, conflictuar y cooperar. Cuando los temas provienen del Estado, solo hay reacción pero no re-elaboración por parte de la sociedad civil. Hay que aceptar la radical autonomía de los planos, pero también reconocer que una sociedad, un país, es una interacción permanente entre sociedad civil, política y Estado y que cada uno de estas instancias, en toda su variedad, tiene que tener una propuesta o visión del otro, reconociendo su autonomía y campo de responsabilidad propia. Si el Estado y la política deben dar cuenta y escuchar a la sociedad civil, esta debe también tener respuestas frente a los problemas y cuestiones básicas de la política y el Estado. y volvemos a insistir en que no hay ,da» sociedad civil como actor homogéneo, sino que este es el campo de la diversidad y la heterogeneidad, donde ningún sector representa a otro y donde no hay mecanismos -como las elecciones en la polítíca– para resolver las contradicciones y conflictos. Se reproduce así un círculo vicioso al no enfrentar la sociedad civil las cuestio– nes del Estado y la política. Como los temas de la política «no interesan a la gente}), la sociedad civil se dedica a resolver sus propios problemas, los que obviamente la sobrepasan y entonces le reclama a los políticos y al Estado. Estos hacen de «resol– ver los problemas de la gente» la cuestión central y se transforman en gestores de 177

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