Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
MANUEL ANTONIO GARRETóN atención sobre este punto, haciendo ver que la relación es inversa a la que se predi– ca: para que haya crecimiento debe haber mayores tasas de igualdad desde el co– mienzo. Negando o postergando la necesidad imperiosa de igualdad, tanto para el desarrollo económico como para la subsistencia de un país como comunidad, se ha ido desplazando el eje central que distinguía la campaña y el proyecto del Presiden– te Lagos de todos los demás. No solo del debate propiamente tal, sino de las medi– das urgentes y necesarias en esta materia, como lo es principalmente la reforma tributaría. Uno de los rasgos intrínsecos al modelo socioeconómico de crecimiento es su capacidad de desestructurar toda forma de acción colectiva que no sea la de los poderes fácticos o corporativos empresariales. En este plano, cabe reconocer que, tal como el modelo de desarrollo previo basado en la industrialización y el Estado tenía ciertos defectos intrínsecos que había que corregir desde fuera, este también tiene perversiones que forman parte de su naturaleza. En efecto, el modelo econó– mico predominante no favorece, como 10 hacían la industrialización y el Estado en otras décadas, la creación de bases materiales e institucionales donde puedan cons– tituirse actores sociales que organicen establemente las nuevas demandas. Al desestructurar la acción colectiva se privilegia solo la dimensión corporativa ligada al poder económico y se generan acciones defensivas esporádicas. A ello hay que agregar la ausencia de una institucionalidad adecuada, tanto en el sentido de nor– mas y regulaciones como de organización del Estado para procesar los conflictos y demandas, lo que se ha demostrado en los escándalos por denuncias de coimas y fraudes en el sector público durante 2002 y 2003 Yque llevaron a una agenda de reformas parciales. Importantes, pero que no transformaron la estructura del Esta– do ni su relación con la sociedad. La falta de contrapeso entre organizaciones sociales, especialmente de los secto– res más vulnerables, y los actores más poderosos que actúan en la economía, los poderes fácticos, no solo parece no haber disminuido sino que se ha agudizado. Esto hace que los actores sociales debilitados se vean obligados a poner como única tarea de su acción sus propios problemas particulares, lo cual disminuye su preocu– pación por las grandes cuestiones nacionales y aumenta su demanda puramente corporativa, y ello se refuerza al no contar con un sistema partidario en que los sectores sociales se sientan escuchados e incorporados por la clase política, con excepción de la derecha, que expresa directa y únicamente los intereses empresaria– les y militares, y del Partido Comunista, sin mayor proyección política, que suma cualquier descontento contra los gobiernos de la Concertación. Todo lo anterior obliga a darle prioridad en el futuro a las tareas de regulación y control político y social del modelo económico. Ello implica fortalecer tanto a los actores sociales y políticos como a la institucionalidad estatal frente al mercado y a los poderes fácticos. Si en algo parece ser exitoso el modelo económico chileno es en su inserción en el proceso de globalización. Es evidente que la sociedad chilena ha sido impactada por la globalización de una manera más fuerte que otras del continente, entre otras razones por su propia dependencia histórica de los fenómenos externos en todos los planos, pero también por la naturaleza de su economía, más abierta que las demás, en parte porque la apertura y los ajustes se hicieron antes que la globalización se 174
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