Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

MANUEL ANTONIO GARRETóN nes directas del Estado y la sociedad en ]a economía. Pese a que desde el 2000 se han dado seilales interesantes en materia de acuerdos internacionales y reformas socioeconómicas, ellas son claramente insuficientes. El debate abierto por el Presi– dente Lagos en su Mensaje de] 21 de Mayo del 2000 sobre el tipo de economía y de sociedad del futuro no tuvo continuidad y no se fijaron en términos operativos los grandes temas de la agenda económica, salvo los de la coyuntura inmediata. Asi– mismo, la discusión en torno a la naturaleza misma del modelo de crecimiento basado en exportaciones sin alto valor agregado y con una tasa desempleo que parece estructural, apenas ha tenido esbozos que muy luego son apagados, por cuanto en todos los ámbitos parece que las únicas voces que influyen y que incluso fijan la agenda de los organismos públicos son las de los grandes grupos y organis– mos empresariales, sus organizaciones gremiales y sus medios de comunicación. y este es precisamente el segundo gran problema no resuelto por el modelo socioeconómico chileno, el de los actores del desarrollo. Por un lado, el país vive normalmente un permanente clima de guerrilla verbal y también de (in)actividad económica desatado por los sectores empresariales mencionados, con la amenaza de que si no se aceptan exigencias en el plano político -<:omo, en su momento, el término del juicio a Pinochet-o en el plano económico, como la baja de los impuestos o en el plano social la ausencia de normas de protección al mundo sindical, dejarán de invertir. Sin duda que hay excepciones, pero el nivel de ideologización y los intereses desatados de ganancia a toda costa, tan generalizados, hacen que Chile no pueda contar con uno de los motores necesarios del desarrollo económico en el actual mo– delo de economía vigente en el mundo, como es una clase empresarial con responsa– bilidades, no frente a ganancias a cualquier costo o a sus caprichos extraeconómicos, sino frente al país, para Jo cual necesita pensarse en términos de este y del papel propio como agente de desarrollo en permanente cooperación y relación con el Esta– do. Las simpatías que en el último tiempo ha mostrado el empresariado respecto del gobierno del Presidente Lagos no son una excepción a lo dicho, sino que implican solo el reconocimiento coyuntural de los buenos resultados de la política económica del gobierno que termina, tanto para el país como para ellos mismos. Por otro lado, subsiste cierta timidez respecto del papel más activo del Estado en su capacidad dirigente y movilizadora. Es cierto que en una economía altamente globalizada como la chilena, comparada por ejemplo con la de los socios principa– les del Mercosur, se hace muy difícil formular políticas económicas activas. Pero también es cierto que en lo referente al rol regulador e incentivador en la economía, protector en lo social, y promotor de áreas indispensables como la investigación o el medio ambiente, salvo en obras públicas el Estado está aún atrasado y presa de las autolimitaciones que la ideología neoliberal ha impuesto como sentido común. La misma modernización del Estado, aunque ha producido avances interesantes en la informatización y en los niveles de atención al usuario, no ha escapado a la perspectiva de medirse con los indicadores propios del mundo privado o del merca– do. Reinstalar el papel dirigente, regulador y protector del Estado sigue siendo una tarea prioritaria, sin la cual no podrá resolverse el problema de las desigualdades a que haremos mención. Cabe recordar que la participación del Estado en el produc– to nacional es muy baja y que hay un amplio margen para caminar desde un mode– lo liberal a uno socialdemócrata sin que eIJo afecte el crecimiento.

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