Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
MANUEL ANTONIO GARRETóN reformas constitucionales del 2005, pero no generará estrictamente una democra– cia completa o plena. Podrá decirse que es un régimen democrático con enclaves autoritarios hereda– dos o un régimen autoritario (en ningún caso una dictadura) con enclaves democrá– ticos. No importa la denominación. La realidad es que ya no hay más transición propiamente tal, que esta duró un año y medio, que terminó hace quince años y que dejó como tarea para el país y los gobiernos democráticos la reforma del sistema heredado por la Constitución de 1980 de modo de transformar una democracia de mala calidad, poco representativa, dominada por los poderes fácticos, en una ver– dadera democracia política, lo que significaría básica, aunque no exclusivamente, una nueva Constitución. Más allá de la discusión absurda sobre si la transición terminó o si estamos aún e indefinidamente en ella, las dos cuestiones básicas que se plantean son las siguientes: ¿era posible otra forma de terminar con la dictadura? y ¿por qué no se ha completado la transición con la reforma política y con otros cambios en la sociedad? Respecto de la primera pregunta, algunos sostienen que por haber elegido esta forma de transición, en que no se tocaba el modelo socioeconómico, quedamos presos definitivamente del sistema neoliberal, con su democracia restringida y pre– dominio de los poderes fácticos. Por ello, argumentan, no debía haberse participa– do en el plebiscito, como ellos mismos lo advirtieron, porque este era una especie de trampa mortal. No tiene sentido volver a explicar por qué el plebiscito era la única manera que tenía la oposición de termInar con la dictadura, después de que sus diversos sectores habían usado los más diversos modos de lucha y que Jos sectores autoritarios tenían todo el poder y disponían de una Constitución impuesta que aseguraba su férrea cohesión para impedir cualquier cambio. No haber participado era asegurar la dictadura indefinidamente. Se dirá que el contenido de la lucha antipinochetista para el plebiscito olvidó otros aspectos, como el modelo socioeconómico neoliberal. Por un lado, ello no es cierto, porque hasta el momento de asumir el primer gobierno de la Concertación se mantenía el discurso antidictatorial y antineoliberal como parte de las movilizaciones y mensajes comunicacionales, solo que el énfasis era necesariamente antidictatorial, pro liberta– des y derechos humanos, porque ese era el contexto y la definición básica en torno a los cuales giraban tanto el plebiscito como la transición que este desencadenaría. De modo que podrá criticarse mucho lo que fue la oposición a la dictadura, en sus diver– sas y variadas formas, hasta el momento en que ella decide ir al plebiscito y después de este, pero en ningún caso puede afirmarse que no debía participarse en él. La segunda cuestión, entonces, es por qué durante los gobiernos democráticos no se han hecho las reformas político-constitucionales, excepto en lo que se refiere a las elecciones municipales (y ello también se hizo de manera insuficiente) y solo quince años después se promulga un conjunto de reformas bastante significativo, por mucho que permanezcan dentro del marco de la Constitución pinochetista, lo cual ha dificultado también avanzar más allá de los temas puramente político– institucionales, y enfrentar los aspectos neoliberales del modelo económico. Por un lado, la oposición a Jos gobiernos democráticos, formada por los poderes fácticos empresariales, mediáticos y militares, así como por su expresión en la dere– cha, principalmente en la UOI, definieron como puntos básicos de esa oposición r68
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