Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

AGUSTíN SQUELLA otro. Sociedades decentes no son solo las sociedades libres, sino aquellas que han conseguido eliminar las desigualdades más manifiestas e injustas en las condiciones de vida de las personas. Sin una igualdad básica en las condiciones de vida se ve afectado no solo ese valor, sino también la propia libertad, puesto que poco o nin– gún sentido pueden tener la titularidad y el ejercicio de las libertades para personas que no comen tres veces al día, estO es, para personas que viven en condiciones de pobreza extrema o indigencia. Pues bien: ¿cómo hacer para tener gobiernos sensatos, buenos y honrados que consigan conciliar exitosamente las demandas de la libertad con los reclamos de una mayor igualdad? Como no tengo recetas para ello, vuelvo a aquel pensamiento de Carlos Fuentes que nos recomienda poner nuestra imaginación política, econó– mica y moral a la altura de nuestra imaginación verbal o, lo que es igual, poner nuestras ciencias sociales a la altura de nuestra creación artística y literaria. Y poner también a nuestra clase política, aquí y allá, a la altura de los problemas acerca de los cuales debe reflexionar y decidir. En cualquier caso, en otro camino a ser ensayado, que menos que un camino es un método y acaso apenas un ejercicio, deberíamos tener menor credulidad en ese conjunto abismante de muertes que certifica la así llamada posmodernidad, una época tan pobremente consciente de sí misma que solo se define por relación a la que la habría precedido. Muerte de Dios, fin del Estado, crepúsculo de las ideolo– gías, fin de la política, muerte del hombre, fin de la historia, término de la moderni– dad, fin de la razón, fin de todas las certezas, a qué seguir. Son demasiadas muertes digo yo, y me pregunto si no estaremos acompañando alegremente cada uno de esos imponentes funerales camino del cementerio sin advertir que los cuerpos que transportamos están únicamente fríos, presas de un interesado ataque de catalep– sia, y que empiezan a moverse de nuevo en sus cajones. Fin de las nostalgias y de las utopías, se declara también, atolondradamente, queriendo de ese modo privarnos de memoria y de nuevos proyectos. La nostalgia no es sino el recuerdo de las cosas buenas que tuvimos en el pasado, mientras que la utopía es la capacidad de imaginar mundos mejores. Entonces, es un auténtico abuso querer privar a las personas, y aun a pueblos enteros, de sus nostalgias y de sus utopías. Hay que evitar, por lo mismo, que la nostalgia y la utopía sean también declaradas muertas o que se les inyecte la sustancia que las haga aparecer como tales para ser llevadas también raudamente al cementerio, donde algunos de los muertos que antes enterramos parecen gozar de buena salud.

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