Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

NUESTRA DIVERSIDAD POR DESCUBRIR más fresca y abierta de lo que queremos ser. De lo contrario, así como en el pasado nos quedamos pegados en una política de clases -según advierte Jorge LarraÍn– podríamos hacer otro tanto hoy con una política de identidades. Por último, y tomando como base la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural, esta última, como también el fenómeno del multiculturalismo, en caso alguno pueden ser legítimamente invocados para explicar ni menos para justificar transgresiones a los así llamados derechos humanos. Estos no son ya un asunto puramente interno de cada Estado, y se encuentran consagrados en declara– ciones y pactos de validez universal. Contamos ya con un auténtico derecho positi– vo internacional de los derechos humanos, que no es sino parte del largo proceso de positivación que tales derechos consiguieron, a partir de la modernidad, primero en el derecho interno de los Estados. No por nada, en consecuencia, la mencionada Declaración, en el primero de sus considerandos, reafirma explícitamente «su ad– hesión a la plena realización de los derechos humanos y de las libertades fundamen– tales proclamadas en la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros ins– trumentos universalmente reconocidos». Por otra parte, el respeto a las culturas, a cada cultura, ha de alcanzar también a aquellas que puedan formar parte de una misma cultura, o acaso de un mismo territorio, con lo cual quiero significar que ninguna cultura en particular tiene un carácter perfectamente definido, unívoco y consistente, sino que lo que hay en cada cultura, en mayor o menor medida según los casos, son flujos identitarios múlti– ples, distintos entre sí y no pocas veces contradictorios. Además, la globalización, tantas veces vista como una amenaza para la diversi– dad cultural, tiene la virtud de hacer patente y reconocible la diversidad para todos quienes habitamos el planeta -como dice Guy Sorman- no nos invita a abdicar de nuestras lealtades locales, sino a ampliar estas con lealtades más ampliamente planetarias. Vale la pena indicar, asimismo, que la diversidad cultural, en cuanto hecho o fenómeno existente y observable, debe traer como respuesta el pluralismo cultural, esto es, la actitud moral y política que consiste en ver ese hecho como un bien, más no como un mal y ni siquiera como una amenaza. Finalmente, y tal como señala la ya mencionada Declaración de la UNESCO sobre la diversidad, es preciso que los sistemas políticos y económicos imperantes -quizás ya uno solo, democracia más economía de mercado- colaboren a hacer más efectivos los derechos culturales de las personas, de manera que estos no cons– tituyan meros derechos en el papel o, peor aun, como alguien dijo de ellos cierta vez, «cartas a Santa Claus». Es cierto que los derechos culturales, y en general esa categoría de derechos fundamentales que llamamos derechos económicos, sociales y culturales, cuestan dinero, mucho dinero, a decir verdad. Pero tratándose de dere– chos humanos, el compromiso personal y público, esto es, de los individuos y de las instituciones, no puede quedar reducido únicamente a los derechos de las dos pri– meras generaciones, a saber, los derechos de autonomía y los derechos políticos, sino que debe alcanzar también a aquellos derechos de tercera generación, los cua– les encuentran su fundamento no en la libertad, sino en la igualdad de las personas. Libertad e igualdad son dos valores que pueden colisionar llegado cierto punto, lo cual, sin embargo, no autoriza sacrificar uno cualquiera de ellos en nombre del

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=