Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

NUESTRA DIVERSIDAD POR DESCUBRIR ley que el Presidente Lagos firmó en octubre de 2000 fue un Consejo Nacional de la Cultura, sin perjuicio, reitero, de la creación de un Fondo Nacional de Desarrollo Cultural que viniera a reemplazar al así llamado FONDART. Este último, como se sabe, era un fondo concursable, creado en 1992, que se sustentaba normativamente en la ley de presupuesto general de la nación de cada año, y que, por lo mismo, era preciso establecer, regular y dotar de recursos todos los años en una glosa que era introducida al presupuesto asignado al Ministerio de Educación. Al crearse por el nuevo proyecto un Fondo Nacional de Desarrollo Cultural, junto con aprovecharse la experiencia de diez años del FONDART, se ampliaron sus líneas concursables, se le dotó de mayores recursos y -atendido lo ya explicado-- se le sustentó no ya en una simple glosa presupuestaria que era preciso renovar todos los años en la ley de presupuesto -una ley de efectos eminentemente transitorios- sino en una legisla– ción de efectos permanentes, como sería, precisamente, la que lo creaba junto con la figura del nuevo Consejo. No es el momento de explicar aquí cómo fue la tramitación legislativa del pro– yecto de octubre de 2000. Estuve a cargo de su coordinación y pasé tanto buenos como malos momentos. Pero lo cierto es que a mediados de 2003 ese proyecto se transformó en ley sin que se alterara la línea central del mismo, a saber, creación de un Consejo y de un Fondo, que acabaron llamándose, respectivamente, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y Fondo Nacional de Desarrollo de la Cultura y las Artes. En cuanto al Consejo, se trata de un servicio público autónomo, descen– tralizado y territorialmente desconcentrado, donde autónomo significa que no pro– pone, sino que adopta y aplica directamente políticas culturales, donde descentrali– zado significa que cuenta con personalidad jurídica y patrimonio propios, y donde desconcentrado quiere decir que el servicio tiene expresión en cada una de las re– giones del país a través de los así llamados Consejos Regionales de la Cultura y las Artes. Estos últimos no son algo distinto del Consejo Nacional, sino, como acabo de decir, constituyen la expresión regional del servicio, y de su acción en cada una de nuestras regiones se espera que ella colabore eficazmente a conseguir en el país un desarrollo cultural equitativo y armónico. El Consejo tiene un Presidente, con rango de Ministro de Estado, aunque su órgano superior de autoridad no es ese, sino su Directorio, el cual está integrado, además de su Presidente, por los Ministros de Educación y Relaciones Exteriores, por cinco figuras representativas del mundo cultural designadas a proposición de las organizaciones culturales del país, por un Premio Nacional, y por dos represen– tantes universitarios, uno proveniente de las universidades públicas que forman parte del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas y otro proveniente de las universidades privadas autónomas. Cuando con motivo de la tramitación del proyecto de ley que creaba el Consejo los parlamentarios me preguntaban cuál era la diferencia entre este y la figura de una Dirección Nacional de Cultura que, como señalé antes, constituyó el modelo escogido por el proyecto anterior de 1998 -recuerdo que respondía siempre de la misma manera: la figura de un Consejo permite que el órgano superior del servicio que se pretendía crear fuera colegiada, no unipersonal, y que en dicho órgano hu– biera presencia importante tanto del Estado como de la sociedad civil. Y cuando los parlamentarios preguntaban por qué no se creaba directamente un Ministerio de , 147

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