Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

AGUSTÍN SQUELLA Es cierto que toda institucionalidad cultural es únicamente un medio, no un fin, en el sentido de que todos los elementos que según vimos la componen -exceptua– das por ciertos las personas a cargo de ella- son medios con vista al desarrollo cultural del país. Pero no es algo nada menor tener o no tener institucionalidad cultural pública, como tampoco 10 es que ella sea adecuada o inadecuada. Sin institucionalídad cultural, es decir, sin participación del Estado en este ámbito, hay ciertamente cultura, pero es discutible que en una situación hipotética semejante hubiere auténtico y suficiente desarrollo cultural. De manera que Chile dio un paso importante al poner al día su institucionalidad cultural, superando, así fuere solo parcialmente, el carácter fragmentario y disperso que tuvo durante largas décadas. En materia de nueva institucionalidad cultural, todo empezó a inicios de la dé– cada de los 90, cuando el actual Presidente Lagos era Ministro de Educación, con el establecimiento de un Comisión de Cultura, creada al alero de ese mismo Ministe– rio, a la que se encargó estudiar y proponer políticas culturales y, ligada a estas, una nueva institucionalidad cultural pública. Más tarde, en 1996, se creó una nueva Co– misión, esta vez con rango presidencial, a la que se confió un cometido semejante. Ambas comisiones propusieron en sus respectivos informes la creación de un Consejo Nacional de Cultura. Sin embargo, en 1998, el gobierno del Presidente Frei Ruiz– Tagle envió al Congreso Nacional un proyecto de ley que creaba una Dirección Na– cional de Cultura y, a la vez, un Fondo Nacional de Desarrollo CulturaL La figura escogida no fue del agrado de nadie. Su sola denominación -Dirección Nacional de Cultura- sonaba incluso algo intimidante. Por lo mismo, el menciona– do proyecto no tuvo prácticamente ningún avance en el Congreso, y todo lo más que pasó con él fueron algunas audiencias públicas que sobre la materia celebró la comisión de Educación, Cultura y Deportes de la Cámara de Diputados. Lo anterior explica que el Presidente Lagos, al asumir en marzo de 2000, anun– ciara la preparación de un nuevo proyecto sobre la materia, que recogiera mejor el espíritu de los informes de las dos comisiones antes mencionadas y que propusiera la creación de un Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, sin perjuicio de man– tener la creación del Fondo que propició el proyecto de 1998. Todavía más: en mayo de 2000, esto es, a solo dos meses de haber asumido su cargo, el Presidente Ricardo Lagos compartió con el país la política cultural de su país, en un acto que reunió en el Museo de Bellas Artes a más de quinientos artistas, creadores, intelec– tuales, administradores culturales y expertos en temas patrimoniales. En esa políti– ca, que fue luego ampliamente difundida a lo largo de todo el país, el gobierno declaró, explícitamente, cuáles eran los antecedentes de la misma, cuáles los princi– pios en que ella se inspiraba, cuáles los objetivos que perseguía, y cuáles, en fin, las líneas de acción inmediata que se ejecutarían desde el Estado para implementar la política. Pero quizás lo más importante fue que dicha política se asumió a sí misma solo como la política cultural de un gobierno, mas no como una política de Estado, y que, por lo mismo, condicionó el hecho de llegar a contar con una política cultu– ral de Estado a la creación de una nueva institucíonalidad cultural pública que, con participación de la sociedad civil y de todos los sectores o áreas del arte y la cultura, tuviera precisamente como su función más relevante la de estudiar, adoptar, eva– luar y renovar políticas culturales públicas. Tal como dijimos antes en esta ponencia, la figura propuesta por el proyecto de

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