Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
AGusriN SQUELLA o a aquel gobierno que adopta planes y decisiones incapaces de corregirlas y mejo– rarlas, sino a decepcionarse de la propia democracia, de donde resulta que la legiti– mación de esta, es decir, el grado real de adhesión ciudadana que recibe, depende, nos guste o no, de su capacidad para avanzar en una sociedad más justa desde el punto de vista de las condiciones materiales de vida de la gente. Los ciudadanos quieren libertad, desde luego, y la democracia se las provee, pero son conscientes de que la titularidad y ejercicio efectivo de las libertades supone una cierta igualdad en las condiciones de vida de las personas, puesto que qué sentido -me pregunto– pueden tener las libertades para personas que no comen tres veces al día. Además, si esas personas que no consiguen comer tres veces al día aguardan políticas y decisiones públicas de representantes que a cada instante parecen estar aprove– chando el poder antes que ejercerlo a favor de sus representados, la situación puede volverse muy explosiva. Comer tres veces al día, he señalado, porque se trata de lo mínimo para subsistir, pero están también las carencias en materia de educación, salud, vivienda, vestua– rio, todo un cuadro de pobreza al que se suma también la insatisfacción de los derechos culturales, que no son solo los que tienen los creadores para producir y difundir libremente los objetos simbólicos que salen de sus manos, sino también aquellos de que es titular toda persona para participar activamente en la vida cultu– ral de su país. No solo de pan vive el hombre, bien 10 sabemos, aunque al ser humano, como escuché decir alguna vez a un sacerdote, antes de hablarle de su alma es preciso cubrirlo con un techo y una camisa. Pero las desigualdades que se advierten en nuestro continente alcanzan también al acceso de las audiencias a los bienes cultu– rales de su preferencia, si es que hay posibilidad de que algunos, o muchos, por las condiciones materiales en que transcurre su existencia, pueden siquiera desarrollar preferencias culturales más allá de las pobrísimas alternativas que les ofrece la televi– sión abierta como único consumo cultural disponible para ellos. Por cierto que el populismo, el pan para hoy y el hambre para mañana, no es el camino recomendable, aunque ya parece ser hora -como reclama el escritor mexi– cano Carlos Fuentes- que en América Latina nuestra imaginación política, econó– mica e incluso moral, igualen algún día a nuestra imaginación verbaL Nuestra ima– ginación política, comento ahora por mi parte, para instalar democracias represen– tativas sólidas y provistas de instituciones acreditadas y eficaces; nuestra imagina– ción económica para no comprarnos el cuento de un modelo único que no admitiría ajustes ni correcciones mandadas por la historia económica de los distintos países y las diversas condiciones sociales que existan en cada instante; e imaginación moral -no menos importante que las otras dos- para prevenir, castigar y disminuir la corrupción que enriquece y a la par empobrece injustamente, que desprestigia a las instituciones y que acaba con la confianza que los ciudadanos necesitan tener en sus gobiernos, en su judicatura, en sus legisladores, en sus organizaciones empresa– riales y de trabajadores. Pero volvamos a nuestro tema, la cultura, entendida en el sentido restringido que indicamos hace un momento, para señalar que Chile ha dado pasos importan– tes en la materia durante las últimas décadas, especialmente de 1990 en adelante. Es cierto que la Constitución Política de 1980 declara, muy tímidamente, que el Estado debe estimular la creación artística y el patrimonio cultural de la nación, un
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