Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
NUESTRA DIVERSIDAD POR DESCUBRIR expresamos públicamente es igualmente mayor que la que estamos dispuestos a aceptar. Eso es particularmente visible en Chile, donde hay un hiato muy evidente, aunque probablemente en vías de ser corregido, entre la diversidad que percibimos y aquella que estamos dispuestos a reconocer y a expresar en nuestro discurso público. En cualquier caso, la democracia como forma de gobierno, recuperada aquí en 1990, aunque con severas limitaciones, ha favorecido que, crecientemente, haya– mos ido pasando de la pluralidad al pluralismo, del pluralismo a la tolerancia pasi– va y de esta a una de tipo más activo. La democracia, aun una tan protegida como la que consagró la Constitución Política chilena de 1980, es la forma de gobierno que mejor examen rinde en lo concerniente al reconocimiento, protección y promo– ción de las libertades de las personas, y favorece, asimismo, la práctica de una auténtica autonomía al momento en que las personas exploran y deciden acerca de cuál es su idea de una vida digna y buena y de cómo aspiran a vivirla. Como ha sido señalado reiteradas veces, entre otros por Norberto Bobbio, la democracia produce beneficios éticos, precisamente en la medida en que ella sea relacionada con la libertad como autonomía, una autonomía en virtud de la cual el hombre es más libre cuando obedece las normas que él mismo ha prescrito para sÍ. y una palabra más acerca de la democracia, porque ella realmente importa. Recuperada en Chile y en todos los países de América Latina, atraviesa hoy por dificultades mayores o menores según los distintos países. Una de ellas, el fenóme– no de la corrupción, porque los ciudadanos lo asocian muchas veces a la propia índole de la democracia y no al hecho de que esta es una forma de gobierno que descorre el telón, que permite observar a los actores en escena y que facilita más que otras que la corrupción sea advertida, juzgada y sancionada; y otra de ellas, las condiciones materiales de vida indignas en que permanece buena parte de la pobla– ción de nuestro continente, mientras ve a cada instante en la televisión la opulencia en que otros viven, o pasea interminablemente por los grandes centros comerciales, comiendo apenas un sándwich o un helado, e integrándose al consumo solo de manera simbólica, mas no real. En consecuencia, la amenaza para la democracia hoy en nuestro continente está, en primer lugar, en los propios demócratas que acceden a los distintos poderes públicos y se sirven de estos antes que servir desde ellos a la comunidad de ciudada– nos que les confió el poder y la adopción de las decisiones colectivas de interés común y, en segundo lugar, está en las calles, no en los cuarteles, como aconteCÍa antes, porque hay multitudes en ellas protestando por sus malas condiciones de vida. Sin exagerar, espero, suelo echar mano de la siguiente imagen: el tipo de socie– dades que estamos construyendo merced a la alianza entre democracias imperfectas y capitalismo perfecto se parece por momentos bastante a un barco donde unos pocos viajan cómodamente instalados en los camarotes de lujo de la nave, mientras la ma– yoría tiende sus mantas sobre la cubierta o en bodegas, sin olvidar a los que nadan alrededor de la embarcación y tratan desesperadamente de subir a ella. Tengo claro que la democracia indica un cómo, no un qué, o sea, que se trata ante todo de un procedimiento para adoptar decisiones más que de una fórmula que resuelva acerca del contenido de estas. Sin embargo, condiciones materiales de vida injustas o profundamente desiguales conducen a la multitud a objetar no a este I43
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=