Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
JOEL RUFINO DOS SANTOS En el templo afro-brasileño existe una entidad, Exu Elegbá (Baron Samedi, para los haitianos) que cuando «incorpora,) hace absolutamente de todo, pero este po– der no nos fue entregado. La identidad Exu no tiene nada que ver con estas circuns– tancias por las cuales pasan los hombres. La cultura es todo, pero no logramos pensar en todo tanto como desearíamos. Así, la idea de cultura como Museo del Todo, no serviría para nada si no la circunscribimos a un campo inteligible. El primer sentido instaurador de este campo es el significado: cultura es el significado que le otorgamos a las cosas. El origen de la palabra cultura es regazo: yo vivo, yo ocupo y, por extensión, yo trabajo, yo cultivo el campo. En pasado se decía cuttus, en futuro, culturus. En latín, había por lo tanto el reconocimiento de un fundamento (cultus) y de un destino (culturus). Cultura tuvo en su origen, y nada impide que vuelva a tenerla, una dimensión comunitaria (fundadora) y, al mismo tiempo, el proyecto acoge el mito universal de Prometeo: «que arrancó el fuego de los cielos para cambiar el destino material de los hombres»!. El que habla de fundamento habla de comuni– dad, el que habla de destino dice proyecto, porvenir, ideal o utopía. Estas son, sea cual fuere su definición, las principales dimensiones de la cultura. La terminación urus, en culturus, indica un proceso de acción por realizar, y no un producto. Cul– tura es, por lo tanto, un puente entre fundamento y destino. No es un objeto, un ente concreto, un producto, otro proceso más, algo que se esconde (y hoy, cada vez más, de la producción industrial global) dentro y detrás del producto. Cultura no es, por ejemplo, el vinito de las bodegas chilenas: es sólo una manera de hacer y beber el vino, o su nacimiento del trabajo colectivo, su intención y su deseo. Un automóvil es producto del caucho, vidrio y metal, pero su significado no es caucho, vidrio y metal -es el transporte o el status-o Los significados transporte y «status» son la cultura del automóvil. El concepto de mercadería es distinto. No existe un objeto, algo llamado pro– ducto es el significado que adquiere cualquier cosa cuando se pone en el mercado y es objeto de compra y venta 2 • Algunos lo creen ontológico porque, probablemente, comprar y vender acciona el dispositivo que nos hace seres humanos, el dispositivo del juego, el mismo que está por debajo de todo arte y literatura. Mercadería, por definición, se refiere al tiempo presente, cuanto antes se acelere la fabricación más productos habrá. Ella no admite, por lo tanto, el fundamento (el tiempo pasado), ni el destino (el tiempo futuro), no se puede ser cultus ni tampoco culturus. El tiempo veloz en el cual vivimos -va incorporando una a una nuestras sociedades iberoame– ricanas- solo puede ser el tiempo del producto: global, sin historia, sin proyecto, sin futuro, sin cultura. El lugar de] producto, donde este adquiere sentido, es pues el Quien recordó eso fue Alfredo Bosi, Dialéctica de la colo11izaciÓ1t, Sao Paulo, Compañía de las Letras, 1992. «Vino finalmente, una época en que todo lo que los hombres habían visto como inalienable, se hizo objeto de cambio, de tráfico y podría ser alienado. Este fue el tiempo que las propias cosas que, hasta entonces eran trasmitidas pero jamás cambiadas; dadas, pero jamás vendi– das; adquiridas, pero jamás compradas -virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia etc.- en que todo pasó al comercio. Este fue la época de la corrupción generalizada, época de lo vendible universal o, para mencionar términos de la economía política, la época en que todo, moral o físico, se transforma en valor de venta, es introducido al mercado, para ser apreciado en su justo valor». Marx, Karl, Oeuvres /·Misere, París, 1963, p. 11-12.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=