Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
IDENTIDADES DE GÉNERO los 90 como alegoría de los espacios de poder alcanzados, sobre todo por las muje– res de las clases medias y altas. La imagen de la ejecutiva, eso sí, dista de ser una alegoría de la secularización en la medida en que debe ser también una madre, y en los espacios femeninos de los medios de comunicación se problematiza permanen– temente la tensión entre trabajo y maternidad, así como los «costos» que supone el ser una «mujer de éxito» (las estadísticas mostrarán cómo las más educadas y de mayores ingresos se deprimen más; cómo en general ganan menos y están en las más bajas jerarquías, ete.). El ideal de la madre prevalece de múltiples formas, y entonces <da empresa» que es el sitio de «la ejecutiva» se «humanizará», buscando formas de conciliación de los dos modelos. Por cierto que lo que no se hace es cuestio– nar los modos en que las concepciones de género -la forma primaria de distribución del poder simbólico y social- se dislocan en contacto con una concepción liberal de organización de la sociedad. La metáfora del supermercado de Diamela Eltit nos mostrará el envés de la díada ejecutiva-empresa: en el «super» el polo de la cajera, de la dependienta, la promotora, ganando el sueldo mínimo, sin regalías, con horarios fuera de lo legal, da cuenta del orden ya no de las diferencias, sino del abismo entre las clases que se observa en la profundización del liberalismo a la chilena. Lejos del silencio balbuceante que Neruda exigía para amar a una mujer, y del sacrificio de «la compañera», a distancia de Lumpérica como disolución de todo lenguaje y más cerca de esa ambigua libertad de Mercedes Valdivieso, hoy día el punto central es el de la continuidad de las desigualdades, que toma otros rostros, otros «indicadores», pero que señala que la democracia dentro del liberalismo es una ecuación que avanza en equidad, pero no necesariamente en igualdad. La pro– puesta de la igualdad en la diferencia parece ser el horizonte que abren los 90, en una rearticulación de todas aquellas pluralidades y marginalidades que emergieron en el subsuelo de los 80. Esto significa un cambio cultural que se oriente hacia la resemantización de las estructuras de prestigio y poder que siguen manteniéndose y que se rearticulan en la medida en que no son cuestionadas y criticadas. Ser diferen– te -en cuanto a género, pertenencia étnica, de clase, generación, opción sexual, etc.- no debe suponer desigualdad en el acceso a la circulación de los bienes simbó– licos y económicos. Toda comunidad se construye en base a diferencias, ese no es el problema: el problema radica en la valoración que cada cultura otorga a esas dis– tinciones dentro de su determinada forma de habitar el mundo. La reflexión sobre la construcción del sujeto-mujer en las décadas del 60 al 90 trazan de manera inequívoca el crucial juego entre igualdad y diferencia y cómo los cambios operados en el campo de lo económico no necesariamente corresponden con los del orden simbólico, pero también pone de manifiesto el caudal de impug– nación cultural que la condición femenina -como categoría- juega en la ampliación de los derechos y en las concepciones del poder. No es por nada que L. Iluminada se las «frota» con Neruda, Joyce y Grillet. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Albornoz, C. et al. (1973), La vida cotidiana de un aiío crucial, Santíago, Planeta, 2003. CEPAL, Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales: necesidad de politi– cas públicas eficaces, Santíago, 2004. I2.7
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