Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

SONIA MONTECINO AGUIRRE una representación de lo femenino-materno en tanto límite de la retórica de la muerte que se enseñoreaba de Chile. Del mismo modo, la figura de la Cueca Sola interpelaba la soledad --esa huerfanía de Lumpérica- y el duelo nacional encarnado en el cuerpo de una mujer bailando con el fantasma de su esposo. Por otra parte, las protestas generalizadas de la población toman también los elementos de la simbó– lica de la madre: el ruido de las cacerolas y de los enseres domésticos operaron metonímicamente, en tanto desde lo doméstico se interpeló al poder de las armas, desde e! espacio de la casa y con los signos de la madre se ritualizó la impugnación a la dictadura. «El año se retira colmado de divisas. Próspero el aiio y yo aquí, de pie en el super cautelmldo la estricta circulación de la moneda. Cajera, aseado/; yo, empaquetado/; promotora, guardia de pasillo, custodio, e1tcargado de la botillería. Resuenan las estridentes finales campana– das. Inclinado, curvado por las peticiones" me abrazo locamente a los estmltes y celebro mi año (nuevo), mi triunfo. Y mi sile11cio.» Diamela Eltit, Mano de obra, 2002. LA CELEBRACIÓN DEL ADVENIMIENTO DE LA DEMOCRACIA en los inicios de los 90 tuvo como deseo, para muchos, la renovación, e! surgimiento de un nuevo pachacuti, poner en su lugar aquello que había sido desordenado por e! orden militar. Los cambios se produjeron en el plano de las libertades políticas y se profundiza la idea de que el mercado funciona 4 como síntesis sociaL Muchas de las demandas de los sujetos que se construyeron como resistencia tomaron un rostro institucional, el Servicio Nacional de la Mujer, la antigua Cepi y luego Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, el Instituto de la Juventud, entre otros, dan cuenta de que e! régimen democrático acogió sus reclamos. La tematización de la igualdad de opor– tunidades para hombres y mujeres, el Nuevo Trato con los grupos étnicos, la reso– lución, vía comisiones y compensaciones, de las materias ligadas a la violación de los derechos humanos, entre otros gestos, ponen de manifiesto la voluntad de pro– piciar valores modernos y aceptar la idea de diversidad. Sin duda, si comparamos en términos de participación económica, social y cul– tural a las mujeres de la década de! 60 con las de! 90, muchas «brechas» se han cubierto y los imaginarios sociales se han transformado. Las familias son cada vez más nucleares, se tienen menos hijos, la escolarización y profesionalización de las mujeres es creciente, se casan más tarde y son sexualmente más libres, se han modi– ficado los regímenes conyugales, y de manera creciente se incorporan al ámbito de! poder político. Si la figura del «ejecutivo» -ese hombre con terno y maletín- fue una que permeó el modelo masculino de los 80, el de la «ejecutiva» predomina en Tironi sostiene que la década del 90 consolida e! modelo liberal en Chile, el cual se expresa en políticas públicas focalizadas hacia los más pobres y «adicionalmente, impera una baja regulación de! mercado del trabajo, alta flexibilización, baja protección al empleo y escasa sindicalización. En términos generales, es un modelo que deja al mercado e! rol primordial en la absorción de los riesgos y la provisión de estándares de bienestar en campos como la salud, la educación, la vivienda, la previsión, la seguridad, etc. Y se deja menor espacio al mercado como eje articulador de riesgos» (2003: 64). 12.6

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