Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

SONIA MONTECINO AGUIRRE 3. CULTURA OFICIAL Y CULTURA DE BORDES: DE LA MADRE A LA EJECUTIVA Y LA CONSTRUCCIÓN CRíTICA DE LAS IDENTIDADES FEMENINAS «Se revuelca sobre el pasto cruzada por su terco insomnio. Se estira toda. Desde leíos es Ul1a sábana extendida sobre el pasto, desde cerca es U/la mujer abierta, desde más lejos es pasto, más allá llO es ¡tada. Está tan oscuro en la plaza. Desde la acera del frente es un cuadraltte iluminado». Diamela Elrit, Lumpérica, 1983. LA ALEGORÍA DE LOS 80 y 90 ME PARECE ilustrada por dos novelas de Diamela Eltit: Lumpérica (1983) y Mano de obra (2002). La primera es una doble ruptura -con las estructuras del género literario y con los imaginarios tradicionales femeninos– que visibiliza las tensiones y acosos de una nueva y brutal organización social. Lumpérica, sin linajes ni pasado habita una plaza donde un aviso luminoso y un poste del alumbrado público le proporcionan claridad en medio de la noche. Mano de obra, por su parte, coloca al supermercado como el espacio donde personajes populares, femeninos y masculinos, alucinados y alienados sufren y reproducen los valores de la competencia y el éxito en un micromundo laboral y amoroso despia– dado y asfixiante. El golpe de estado de 1973, con la utopía del mercado como síntesis social y con el autoritarismo como forma de gobierno, produjo un quiebre radical en las formas tradicionales de expresión política de las diferencias, pero también profundizó modelos de género y al hacerlo -como consecuencia inesperada- posibilitó la emer– gencia de nuevos discursos femeninos. Del mismo modo, la eclosión sociológica de la categoría de clase como definición e interpretación única de los sujetos y la aten– ción a la multiplicidad de los que fueron invisibilizados por esta, trazó un horizonte de mayor complejidad en la composición e integración del «nosotros,> dentro de un tinglado donde la negociación de las alteridades se reprimía o discurría en lo clan– destino de las existencias. La dictadura propició, a través de la Secretaría Nacional de la Mujer, una clara vuelta de tuerca política hacia los Centros de Madres, concebidos ahora como un espacio de irradiación y legitimación de las prácticas autoritarias y jerárquicas (Munizaga y Letelier, 1988). Pero, más allá esencializó a «La Mujer» como una categoría que contenía a la madre, a la voluntaria, a las damas de colores, a las «madrecitas» (que pertenecían a los «cemitas») y a las «administradoras» del ho– gar y aun cuando posicionó a mujeres en altos cargos del gobierno, su calidad fue solamente la de técnicas incondicionales al poder. En este escenario la apelación a la «consumidora» como un nuevo cuerpo feme– nino hará su entrada triunfal. La magia del consumo se verá rodeada por la aureola de estas fuentes privilegiadas, para que la circulación de las baratijas oculte la tra– vesía perversa del capital desterritorializado. La consumidora será construida por el imaginario publicitario, apelando por cierto a los elementos simbólicos ya pre– sentes en las identidades de género: la madre, la joven y la mujer moderna que trabaja, esta última blanco de un sinnúmero de «necesidades» emanadas de su permanencia en lo público.

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