Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
IDENTIDADES DE GÉNERO Este trueque de objeto del discurso a sujeto del mismo, aunque minoritario, se perfilaba en la década del 60. Armand y Michelle Matelart (1968), sostuvieron que pese a que las mujeres chilenas y la sociedad en general avanzaban hacia una cierta secularización 1 , los valores modernos no habían permeado sino parcialmente los sustratos culturales. El correlato de esta situación era visihle en la preponderancia que se le otorgaba a la familia, y al valor de madre y esposa de las mujeres, frente a una tímida noción de realización y autonomía personal. La «solución» de las clases medias y altas a esta contradicción fue, según los autores, aceptar <da imagen de la modernización, de la industrialización, pero reprimir voluntariamente sus conse– cuencias», definiendo esta actitud como la de un «tradicionalismo moderno». De este modo, una de las rupturas sociológicas más complicadas para las mujeres de las décadas del 60 Y 70 en Chile fue alejarse de ese abrazo de larga y profunda duración: su construcción hiperbolizada como progenitora al interior de un discur– so histórico que privilegió su existencia social en tanto madre presente, muchas veces dadora del origen y de la filiación (Montecino, 1992). Si agregamos a ello el explícito contenido mariano de las apelaciones oficiales a lo femenino, y la internalización de ciertos imaginarios sincréticos de la virgen, la figura de La Ma– dre atraviesa más allá de lo social a las estructuras psíquicas constituyendo un denso entramado de símbolos que incluye y excluye a las mujeres dentro de los cauces de la modernización del período. Podemos percibir que esas décadas, sin embargo, permitieron la modulación de variados y conflictivos sedimentos en los que el modelo de la madre se profundizó, pero a la vez se rearticularon o abrieron «brechas» -ocupando el título de Merce– des Valdivieso- para nuevas identidades. En primer lugar, la creación de los Cen– tros de Madres (Cemas) -entre 1965 y 1969 en el gobierno de Frei- emerge como la escenificación más prístina de la institucionalización de la identidad materna, sobre todo de las mujeres del mundo popular y las clases medias bajas. Los Centros de Madres de esta época muestran cómo el Estado promueve la organización femeni– na, en un espacio aparentemente distinto al de la casa, pero en el cual se fomenta precisamente el perfeccionamiento de los haceres domésticos, ahora de cara a las nuevas ideas de ahorro, higiene, nutrición y a veces del uso de nuevas tecnologías (como máquinas de coser y ollas de presión). Al mismo tiempo, sin embargo, se desplegarán planes de planificación familiar que popularizan las píldoras anticonceptivas y los dispositivos intrauterinos, que no obstante las contra respuestas de la Iglesia y de los sectores más conservadores fueron incorporados de manera más o menos generalizada. Así, simultáneo al disciplinamiento y énfasis del modelo mariano en los Cemas, el cuerpo femenino es objeto de una intervención -también institucionalizada- que opera sobre su capaci– dad reproductiva y que tiene como efecto no esperado el asomo de un discurso sobre el goce sexual femenino y sobre la separación entre placer y reproducción. Este cuerpo más liberado de lo generatriz desvestirá los ropajes maternos con la Se había logrado cierta igualdad educativa y las mujeres estaban casi a la par que los hom– bres en la enseñanza media, aunque no así en la educación superior. Por otro lado, el21 % de las mujeres de más de 12 años tenía un trabajo remunerado y de estas las casadas tenían un promedio de 2,4 hijos. Las dueñas de casa, por el contrario, un promedio de 4,1 hijos. 121
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